Historias de Plutón
José A. Secas

Entre profesionales del periodismo y la literatura, un recurso común empleado en la escritura de columnas de opinión (similares a esta), es terminar en la última frase con una alusión a algo escrito en la primera o al título del artículo. Cerrar el círculo, se llama. Este recurso aspira a la perfección (que no existe) que alcanzó Clarín abriendo y cerrando “La Regenta” en la catedral de Vetusta y que, salvo obras maestras como la citada, no se da. La guinda del pastel muchas veces no hace falta ponerla porque el dulce es suculento y deseable en sí mismo y no necesita de recursos extraordinarios.

Las cosas bien hechas, bien parecen y aun sabiendo de la importancia del aspecto externo, es el contenido y no el continente lo que realmente importa. Esta doble afirmación se contradice con la realidad que respiramos, donde somos víctimas de engaño y manipulación que aceptamos sin pestañear y que incorporamos sin reparo a nuestro arsenal de prejuicios. Las apariencias engañan; por eso da la impresión de que nos gusta dejarnos embaucar y manipular en muchos aspectos de la vida o, directamente, ser nosotros los que mintamos (sin querer). Desde los que presumen de tener el mejor coche pero luego comen chuscos, hasta los que se hacen selfies en un viaje maravilloso, para el que han estado ahorrando como animales, con el único fin de parecer felices y afortunados. Empezamos por mentirnos a nosotros mismos, creernos nuestros embustes y tratar de que los demás se los traguen. Es patético.

Somos monas vestidas de seda que intentamos aparentar lo que no somos

Somos monas vestidas de seda que intentamos aparentar lo que no somos. Nos ponemos nuestros hábitos falsos y queremos creer que nos miran como monjes verdaderos. Todos hemos entendido perfectamente el mensaje del marketing y conocemos el valor de los envoltorios y los fuegos artificiales; tanto para vender cosas como para mostrar nuestra apariencia personal. Nos gastamos cantidades ingentes de dinero en operaciones de estética, en cosmética y peluquería, en moda, dietas o gimnasios y olvidamos que el verdadero valor está en el interior de las personas; en su esencia. Lo mismo pasa con las cosas: cualquier porquería puede ser presentada en un deslumbrante “pack” (que así se llama en el argot), cualquier chuminada, perfectamente envuelta y cualquier chapuza con sus “arremates” estratégicamente colocados. Y luego vas y dices eso de “yo no me creo nada”… ¡anda que no!

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