Mi ojito derecho
Clorinda Power

Lezo es el nombre que eligió la Guardia Civil para bautizar la operación anticorrupción que está reventando las instituciones. Todas.

Leo en los periódicos que el nombre se lo pusieron por el almirante español Blas de Lezo y Olabarrieta, que defendió el puerto de Cartagena de Indias del asedio de los ingleses en el siglo dieciocho. Y allí, en Cartagena de Indias (Colombia), fue donde unos detectives privados pagados por miembros del PP, espiaron a Ignacio González en un viaje oficial relacionado con el Canal de Isabel II.

Pero Lezo también es un pueblo al noroeste de Guipuzcoa que cuenta entre sus atractivos turísticos con unos carnavales que este año cumplieron su treinta aniversario. La leyenda que inspira estos carnavales se la inventaron Mikel Susperregi y Lander Zurutuza, dos escritores de la zona (el segundo es el responsable de la biblioteca del pueblo) que publicaron la historia de Trapujale en 1987 en formato cómic. Sus viñetas cuentan cómo siete zirikus, comandados por la bruja Mari Nazkane, se comieron de noche a las ovejas del monte Jaizkibel y echaron la culpa al gigante Trapujale. Los paisanos de aquel valle atraparon al pobre Trapujale y, tras un juicio en el que le declararon culpable, también le cortaron la cabeza.

El término trapujale significa cometrapos, que es el nombre con el que se conocía a las gentes de Lezo que sobrevivieron a las hambrunas que asolaron la zona en el siglo diecinueve.

La representación de esta leyenda inventada termina con una fiesta donde se preparan chorizos con los intestinos del pobre Trabujale descabezado, y con los que se alimenta a los lezoarras el martes de carnaval.

Los verdaderos responsables del delito, los siete zirikus y la bruja Mari Nazkane, nunca fueron descubiertos. Lo saben bien las ovejas de Lezo (y eso que tampoco ellas votaron una sola vez al PP).

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