los-si-y-los-no-de-las-relaciones-ciberneticas-1

Cánovers /
Conrado Gómez

No recuerda cuándo fue la última vez que hizo algo analógico. Todo comenzó un día en el que la inusitada torpeza de su agente de viajes le exasperó. Se prometió que no volvería a quedarse en manos del intermediario. Buscaba un destino exótico para su merecido descanso. Un oasis alejado de todo para olvidar las acaloradas reprimendas de su hijo; dejar atrás las absurdas rivalidades entre sus compañeras de tute. Con afán restaurador se acercó a Chari, de viajes limonada, donde solía preparar con su difunto marido la mandanga del Imserso. Perdió una semana. Y nada. Ni vuelo ni vacaciones ni apartamento en primera línea. Con la odiamina por las nubes se sentó frente a su portátil y reservó su vuelo. Fue la primera vez que se quitó el yugo opresor de los negocios tradicionales.

Empezó a finales de los 90. Entonces era un rara avis que prefería poner los datos de su tarjeta en internet y ahora, 36 años más tarde, veía como el modelo de negocio digital se había adueñado por completo no solo de su estilo de vida, sino de la de todos sus allegados. Hacía meses que no bajaba a hacer la compra al súper de su barrio. Prefería hacer la compra en mercadona.com, marcar los productos en su perfil de cliente y en 24 horas los recibía en la misma puerta de su casa. Estaba enganchada. Se había metido en meetic para conocer a gente desde que murió su marido, aunque la mayoría de horas las pasaba colgada en bingo.net y 888.com, una página de póker. No ganaba mucho, la verdad, pero no necesitaba emperifollarse ni atiborrarse de laca para salir a la calle.

El día que su hijo fue a visitarla ante la preocupación de sus vecinos, la encontró hablando frente a la webcam. Le explicaba a su médico en teleconsulta.com que sus dolencias se habían incrementado durante los últimos meses. “Señora, debe moverse” —le comentaba un uruguayo a miles de kilómetros— y ella suspiraba pensando en el esfuerzo de acercarse siquiera al vestidor. De reojo miró hacia ese vestido que no usaba ya y pensó ponerlo a la venta en wallapop.com o segundamano.es. Quizás comprarse unos nuevos zapatos en zalando.com y aprovecharse de las devoluciones gratuitas.

Era el cumpleaños de su nieto. Su primer año. No lo veía desde el bautizo. En realidad, no veía a nadie desde entonces porque no había salido de casa. Tenía que prepararse sí o sí. Su hijo no le perdonaría una ausencia como ésa, y hacer un skype resultaría un poco feo. Se dispuso a intentarlo. ¿Agorafobia? ¿Analofobia? Era una enferma de la vida digital, pero tenía que vencer esa psicosis. Cogió el móvil y pidió un uber. Blablacar era para trayectos más largos… Se asomó a la ventana y pensó que el mundo debería digitalirse, que el mundo visto desde fuera era sucio y ordinario. Internet, divino tesoro.

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