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Cánovers /
CONRADO GÓMEZ

Decía Milan Kundera en su visionaria y compleja novela “La insoportable levedad del ser” que “lo que ocurre sólo una vez es como si nunca ocurriera”. ¡Qué gran verdad la del escritor checo! Y qué pensamiento tan permeable encierran esas palabras. A las primeras veces uno se acerca con el miedo de ser un pardillo, de no estar a la altura de uno mismo, ese que tantas veces se te acerca en sueños para decirte cómo se hacen las cosas, las de verdad, las que están a la altura de muy pocos. ¿La decepción? Podemos superarla, excepto la que nos provoquemos a nosotros. Esa teoría de las primeras veces dice que nunca nos defraudaremos porque no tenemos nada con lo que compararnos. ¡Ay, el ser humano, que ecuaciones irresolubles se esconden en la simpleza de los instintos!

¿Los primeros besos? No, solo el primero. Los demás son una búsqueda del primero. ¿Y el primero viene por sucesión cronológica? No, puedes haber besado mucho, pero no haber dado nunca el primero. Las primeras veces siempre se recuerdan. La primera casa, el primer viaje, la primera cerveza con tu padre… Y sin embargo todo lo reducimos al primer encuentro sexual cuando preguntamos cuándo fue tu primera vez.

La vida, esa que nos ofrece grandes satisfacciones, nos va dejando también un surco de melancolía, ese que se queda cuando se van las primeras veces

Entonces, ¿las primeras veces conforman nuestro carácter o se olvidan como dice Kundera? Es imposible saberlo, a no ser que todo en nuestra vida sea una primera vez, que caminemos dando la espalda a la rutina buscando la novedad, huyendo de la experiencia. ¿Es posible eso? La alegría y el placer se tornarían entonces en sufrimiento y en ausencia pues el gozo llevaría parejo el consiguiente olvido. Sería imposible, a no ser que no tuviéramos corazón.

Esta semana he llevado por primera vez al colegio a mi hijo mayor. Lo he acompañado de la mano. Estaba más nervioso que él. Sabía que sería la primera vez que llegaría por primera vez a su nueva clase, que mañana volvería con él pero nada sería igual. El camino se hace al andar, pero de igual forma se deshace. La vida, esa que nos ofrece grandes satisfacciones, nos va dejando también un surco de melancolía, ese que se queda cuando se van las primeras veces.

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