Desde mi ventana
Carmen Heras

Dicen mis allegados que el tiempo viejo ya pasó. Y no sólo ellos. Lo dice cualquier analista que se precie, lo dicen los sociólogos, lo vemos cualquiera. Pero es curioso el aserto porque hoy las personas no caminan al mismo ritmo. Y entonces se producen los contrastes.

Un contraste es aquello que permite explicar de un modo concreto ciertas cuestiones abstractas, por ejemplo, la belleza, por ejemplo, la bondad…

No hay belleza químicamente pura, pues es un concepto subjetivo: todos diferenciamos lo más bello de lo menos bello comparándolos con lo que entendemos que no lo es. Pero según nuestras premisas o gustos. En matemáticas, el concepto de unicidad surge del contraste entre lo “uno” y lo “mucho”, pues es uno lo que queda cuando vamos restando elementos a un conjunto de objetos.

Sorprendentemente, en un mundo tan relativista como el nuestro, muchos siguen la senda de hacer declaraciones incorrectas. Será porque siguen creyendo de forma absoluta en algunos preceptos del siglo pasado y los pretenden mantener vivos en otros si bien con vocablos diferentes.

Sólo desde el respeto a los demás es posible poner coto a otras infracciones de los unos contra los otros

Decía Huxley que cuánto más falso es lo qué se dice más pomposo se vuelve el lenguaje, y esto es digno de analizar políticamente. Porque el lenguaje es, después de los gestos, la primera manera simbólica de relacionarnos y de hacer. También el hablar lleva una parte de acción implícita que desenmascara al ponente.

Es interesante observar cómo se comportan los allegados a alguien “con mando” para conocer el pensamiento de éste último. En el momento político actual es especialmente esclarecedor pues como nunca la acción política lleva un tanto por ciento de vasallaje en los territorios. La inseguridad del momento vuelve a los hombres y mujeres cautos y conservadores de su pequeña o gran posición, lo cuál en ideologías de izquierda resulta sorprendente, pues hace saltar por los aires conceptos tales como la libertad, e incluso la solidaridad.

Hoy, en el que tantas personas salen a la calle, convencidas de que su entrada en manifestaciones simbólicas por una pequeña localidad sirve a los propósitos de conseguir un mundo mejor, convendría volver la vista a los grandes principios de solidaridad de los humanos, sean hombres o mujeres. Para recordar que nadie es justo en lo poco si no lo es en lo general; que nadie puede ser ejemplo de conducta en lo pequeño si no sabe serlo en lo que atañe a las grandes causas y que estamos obviando la defensa de las normas fundamentales de convivencia mientras empleamos tiempo y dinero (para viajar, eso si) en cuestiones específicas que se resolverían si cumpliéramos las primeras. Porque, sólo desde el respeto a los demás es posible poner coto a otras infracciones de los unos contra los otros.

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