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Historias de Plutón /
José A. Secas

“Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo… como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”. Esta es la frase que el replicante Roy Batty (Rut Hauer) le dice a Deckard (Harrinson Ford) al final de “Blade Runner”; película de ciencia ficción de Ridley Scott de 1982 que se sitúa en Los Ángeles un poco más acá del horizonte 2020; en noviembre de 2019, concretamente. Independientemente de este título sea mi respuesta cuando me preguntan, así, “apaloseko”, por mi película favorita; el fantástico epílogo de esta inigualable cinta me encoge el alma. Igual que el sofisticado replicante de la serie Nexus-6 “llora” bajo la lluvia al ver que se le escapa la vida, hoy he llorado reescuchando una canción dolorosamente interpretada por mi recordada Whitney Winehouse. Así, en una concatenación lógica (según se mire) he acabado sintiendo como un reguero líquido y salado, mojaba mi rostro y empañaba mi alma. Snif.

Reflexionando sobre la cara B de la perseguida alegría y de la añorada y sempiterna búsqueda de la felicidad, he llegado a chapotear en un baño de necesarias lágrimas de dolor y de tristeza (consciente) y, como el yang, le he encontrado el puntito a la otra cara de la moneda de la vida alegre y divertida. Me he acordado de esa frase -ahora, cada vez más, incomprensible- que me decía mi padre cuando era pequeño y me acercaba demandando consuelo después de que “un mayor” me pegara o me quitara la pelota: “un hombre no llora hasta que no se ve con las tripas en la mano”. Ahora, al cabo de los años de evolución personal y social, todos hemos llegado a la conclusión (a pesar del peso -redundancia- de la cultura y de la educación), de que llorar es bueno porque es el reflejo y la exteriorización de un sentimiento y de un estado de ánimo que no debe ser reprimido ni ocultado.

El llanto genera hormonas tranquilizadoras y calmantes y limpia las toxinas del cuerpo que te producen el disgusto. Por todos es conocido el bienestar que te deja un buen sofocón (y la consiguiente superación de la desdicha). Así que ¡fuera vergüenza! A partir de ahora, pañuelo en mano, a llorar a moco tendido en el cine, viendo fotos de chiquinino, oyendo canciones cargadas de recuerdos o haciendo de la memoria por un ser querido que se fue, un bálsamo para el alma y un homenaje a su memoria. Si tenemos pena, dolor, frustración, agobio, estrés… unas lagrimitas bien echadas siempre van a sentar de maravilla. Nota: no se deben acompañar las lágrimas con quejas y lamentaciones. En ese caso no solo lloras; te conviertes en un “llorón” y eso no mola. Para finalizar, rindo un emotivo homenaje a “Lloriqueos», de VICMA.

 

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