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Lunes de papel /
Emilia Guijarro

Tiene la sonrisa amplia y el rostro surcado de arrugas, y unos ojos vivos remarcadas por unas cejas muy pobladas. Se llama Juan y está cerrando las maletas.

Buscando una imagen de hace años le veo sonriendo, rodeado de sus hijos y de sus nietos, de sus nueras y de su mujer, debajo de una encina centenaria que crece el jardín de su casa. El árbol centenario cobijaba una gran familia, que Juan había conseguido traer de nuevo a Extremadura desde otros regiones donde tuvo que emigrar de joven. Era un hombre feliz, un hombre hecho a si mismo. El sueño de Juan se había cumplido, de sus cinco hijos ya habían regresado cuatro, y sus negocios en los que había invertido el esfuerzo de tantos años iban viento en popa.

Este verano tomó la decisión de volver a emigrar detrás de sus hijos que no pudieron quedarse en Extremadura.

La crisis se lo ha llevado todo por delante y sus hijos volvieron a emigrar como lo hizo él cuando era joven.

Algo parecido me cuenta Santiago, se jubila dentro de unos meses y se irá de Cáceres con sus hijos y sus nietos, que le necesitan. Ya cuenta los días que le faltan.

Se está produciendo una emigración silenciosa, que no ocupa titulares, pero tan real como la de los jóvenes. No es solo la sangría de los jóvenes que se van, sino la de los mayores que se van tras ellos.

He despedido a Juan, con mucha pena por sus sueños rotos, mientras cerraba la puerta de su hermosa casa, y la encina del jardín se quedaba sola…

«Quizás en verano podamos venir unos días», me dice, mientras encamina sus pasos hacia el coche que lo llevará de nuevo hacía el norte…

El fenómeno no es nuevo, pero sí urgente.

En la legislatura anterior, en la Asamblea de Extremadura, estudiamos con rigor el fenómeno de la despoblación, y se plantearon propuestas a corto, medio y largo plazo, que eviten un fenómeno inexorable, porque es obligación de los poderes públicos plantear soluciones que detengan la sangría que se está produciendo.

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