Cerrada la línea de tren Madrid-Extremadura por el temporal

La temperatura de las palabras

José María Cumbreño

De pequeño había un tipo de problema de matemáticas que siempre se me atragantaba: ese en el que se pedía que el alumno averiguase cuándo coincidirían en el camino dos trenes si uno salía de tal ciudad a tal hora y otro un poco antes o un poco después.

El domingo que viene tengo que ir a la Feria del libro de Madrid y, al empezar a preparar el viaje, he recordado aquello de los trenes que se empeñaban en cruzarse. Escribo “cruzarse” porque el libro de texto daba por hecho que había doble vía. Porque, de haber sido en Extremadura, esos trenes nunca se hubiesen cruzado: directamente habrían chocado. Aquí seguimos con una única vía para ir y volver.

Pues bien, decía que me había acordado de lo de los problemas de los trenes porque debo ir el domingo a Madrid y volver el mismo día. He quedado con varios amigos en la feria del libro que también estarán allí. Lo que ocurre es que, cuando les pregunto cuánto tardan ellos en llegar, se me cae el alma a los pies. Sobre todo a uno de ellos, que vive en Tenerife y que me aclara que, mientras que yo gastaré cinco horas (iré en autobús, en el ruta) para recorrer 300 kilómetros, él tardará menos de tres en salvar casi dos mil. De hecho, llegará a Madrid antes que yo, diferencia horaria incluida.

Realmente es deprimente.

Más de una vez he bromeado con mis amigos canarios con lo de que dentro de la Península existen también insularidades.

Pero la cosa empieza a no tener ninguna gracia.

Creo que todos los que residimos en Extremadura tenemos la sensación de habitar una isla perdida en medio de un océano enorme. Para nosotros todo queda lejísimos. Hace unos meses, se celebró una manifestación para protestar por el tren de pacotilla que padecemos en esta tierra.

Aún me acuerdo de Fernández Vara repartiendo perrunillas entre los periodistas. Dudo mucho de que haya vuelto a coger el tren desde entonces. O eso o es que las perrunillas se le indigestaron.

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