miedos

Historias de Plutón /
JOSÉ A. SECAS

Parece ser que nuestra miserable y cateta sociedad -chiquinina, decía mi padre-, no acepta de buen grado meadas fuera del tiesto. No basta que seas un profesional reputado o que tu trabajo y trayectoria vital de años aportando valor te avale, no; tienes que aplaudir al paisano de turno en el poder y conservar intacta tu etiqueta o, cuando menos, mantener la inofensiva de “independiente” pero, eso si, sin significarte ni “dar el cante”. Todo esto pasa porque en estos tiempos en que muchas cosas están cambiando (y mucho más que lo van a hacer en unos meses) estamos dibujando una frontera entre los que quieren que todo siga igual y los que queremos (y hacemos por ello) que pase algo, digamos, distinto, porque lo que hay no nos gusta y, ahí, ya se nos está viendo el plumero…

Los inmovilistas y retrógrados (los de antes, los de siempre) meten miedo, suben la voz y señalan con el dedo pero, además, ejercen el poco poder que aun les queda para apartar a los que nos estamos posicionando en el otro lado de esa frontera. El cisco y el jaleíto son como quieras porque hasta hace poco hemos sido (o al menos lo hemos parecido) “uno de ellos” y muchos andan con la conciencia revuelta y la ansiedad a flor de piel, atragantando su discurso caduco, viendo como sus amigos, colegas, camaradas y correligionarios van desertando en secreto o a grito pelao. Van quedando pocos, poco convencidos o tratando de convencerse malamente de que la trayectoria de su organización, su historia, su estructura, etc, merece seguir contando con su respaldo; pero eso no es suficiente. Se han quedado atrás y están obsoletos. Necesitamos sangre e ideas nuevas. Lo malo es que el miedo a lo desconocido siempre está ahí; junto con el egoísmo, el apoltronamiento y las dosis necesarias de mentira y manipulación.

Lo malo es que el miedo a lo desconocido siempre está ahí; junto con el egoísmo, el apoltronamiento y las dosis necesarias de mentira y manipulación

Me estoy retratando, si; pero sin dejar de sentirme oportuno nada más y nada menos porque el ambiente está impregnado de ese sentimiento y la necesidad de darle un empujón a nuestra sociedad en su evolución es palmaria y urgente. Como ven, no estoy “hablando de política” ni estoy poniendo siglas en mi perorata, no; solo hablo de la sociedad y de la vida y, de paso, me voy por los cerros de Úbeda y me entristezco cuando veo, desde la altura que me permiten estos cerros tan famosos, a mis paisanos (porque los tengo cerca, solamente) polarizarse y ponerse a un lado u otro de esa frontera ideológica y mental. Lo peor de todo es que algunos ya estamos sufriendo las consecuencias (y vuelvo al principio) de haber perdido ese comportamiento pacato y melifluo -se llama perder el miedo- y nos estamos dando de bruces contra el “sistema” decadente que, en sus estertores finales, da unos coletazos tan injustos como desesperados. A mi y a mucho de los míos y más cercanos ya nos están dando collejas, capones, tortazos, guantás y hasta alguna patada en los güebos. Nos es que me queje y me duela (que también), es que me entristece que no sepan ver su propia decrepitud y estén tan ciegos de repartir estopa a sus vecinos, sus amigos, sus familiares que, lógicamente, nos estamos alejando cada vez con más decisión, convencimiento y confianza, hasta el otro lado de esa -jodida- frontera.

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