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Reflexiones de un tenor/
Alonso Torres

Desde tiempos inmemoriales se buscó “el Paso del Nordeste”, el que une el Océano Pacífico con el Océano Atlántico por el Gran Norte Canadiense, la ruta que discurre por un conjunto de estrechos localizados entre las grandes islas árticas y las tierras continentales; fue difícil dar con él, pero finalmente se logró (y no voy a entrar en detalles, que ésta no es una columna sobre geografía, je, je), y yo, sin buscarla, he estado dos veces, dos, en la Laguna Blanca, ese sitio donde Freud quiso haber llegado de manera fácil y nunca lo logró (al padre, como al maestro, hay que asesinarlo; ¡ubss!, en cuanto lea esto el mío me va a preguntar si es que quiero ya heredar).

La faz de la tierra es otra (pero no ha habido ni una guerra nuclear, ni un virus ha variado la genética de la peña convirtiéndola en zombie asesina, ni han venido los extraterrestres; no, nada de esto ha pasado, simplemente ha sido un sueño, mi último sueño tras una nada esplendorosa tarde en la hierba -¿han escuchado la versión que de esta canción, “Splendor in the grass”, hace Pink Martiny?, ¿no?, pues tecleen en youtube, “Splendor in the grass, Pink Martiny, with Storm Large”, y verán y escucharán lo que es bueno, de veras que sí-), digo, que la faz de la tierra es otra, y en Escandinavia hay una cordillera tan grande, o más, que las del Himalaya, Karakorum, Hindu Kush o el Pamir juntas, se llama Cordillera del Pájaro Azul (las crestas más altas son de ese color y su forma asemeja a un pájaro), en ella está la llamada “Laguna Blanca”, una masa de agua que se mueve de forma aleatoria (nada lo es) entre las alturas, los pasos y los valles de dicha onírica cordillera, y dicen/cantan las Sagas Nórdicas que <<quien en dos ocasiones se baña en la Laguna Blanca, y no es arrastrado por las aguas, no abandonará jamás las alturas>>.

El agua, la “laguna móvil”, cuando baja o sube por las escarpadas laderas de la cordillera, arrastra todo lo que en su camino encuentra, pero a mí no logró desasirme los pies de donde clavados los tenía, y no solo eso, cuando luchaba contra ella (conozco Las Sagas y no quiero marcharme de aquí) escribí un poema en el aire, << No quise utilizar mi jerga / barriobajera / para decir que te eché / de menos; / que el tiempo se instauró sin barrer / nada, nada, nada; / y que siempre supe que volver / era una constante inmutable / entre nosotros. / No salimos ilesos, no estamos / indemnes, / pero mi alma tras medir tu espalda / o acariciar tu cráneo, / canta>>. Tras la batalla me recogió una nativa y me llevó a su casa, una especie de cueva a lo hobbit, y me dio una infusión de rooibo reparador en un tazón con bábushkas (abuelas rusas) pintadas en verde, azul y rojo…

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