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Con ánimo de discrepar /
Víctor Casco

Parece que estos días ha sido motivo de preocupación que una mujer represente al rey Baltasar en la Cabalgata de Madrid. Tertulias, bares y supuestos periódicos que se dicen de la prensa seria (¿en serio?) se han rasgado las vestiduras ante tamaña blasfemia. Todo el mundo sabe que los reyes magos eran tres, hombres y en camellos…

Salvo que leas el Nuevo Testamento y descubras que allí no se dice casi nada. Ni número, ni género ni cómo llegaron ni si regalaron algo. Magos caldeos, es decir, astrólogos es toda la indicación… Hay que bucear en los textos apócrifos, es decir, en aquellos considerados falsos por la doctrina cristiana, para encontrar referencias al número y los presentes aportados… Entre tres y doce según los evangelios no oficiales que se consulten. Digamos pues que cada 5 de enero nuestra tradición consiste en conmemorar un episodio religioso narrado en textos considerados heréticos por la santa iglesia católica.

Pero lo curioso de la reina maga es que Carmena no ha innovado nada. Sin ir más lejos hace más de treinta años hubo una mujer vestida de rey en Badajoz y nadie se inquietó. Más aún, el mismísimo Papa Francisco ha celebrado una misa en el mismísimo Vaticano con dos niños y una niña haciendo de reyes magos. Sí, han leído bien: una niña. Por supuesto ninguno de los católicos ortodoxos españoles dijo nada. Silencio ante ese hecho.

El problema no radica en la blasfemia, que tal cosa no ha existido, sino en la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena y un gobierno que no aceptan quienes durante años y años se han estado beneficiando de prebendas y corruptelas y no soportan ahora no llevar sus sobres con dinero en B todas las semanas a casa. Están desesperados y su oposición solo puede discurrir por la crónica del esperpento.

Por cierto que la mujer negra que ha representado el papel de Baltasar ha resultado más creíble que los miles de hombres blancos que embadurnados de betún han desfilado por media España sin poder besar a ningún niño no fuera que dejara manchado al pobre infante en las mejillas. Por lo visto eso sí es respetar la tradición. Claro que es posible que descubramos en algún apócrifo futuro que efectivamente hubo un mago caldeo que se tintaba la cara. Cosas veredes.

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