Lunes de papel

Emilia guijarro

Tengo la costumbre de pasar por una calle en la que viven algunos ancianos solos, los veo asomados a sus ventanas cuando hace buen tiempo, o en la calle cargando con sus bolsas de la compra, a media mañana. El resto del día, para algunos la soledad es su única compañía.

Su soledad se ha ido construyendo a base de ausencias, lentamente, hasta que un día se dan cuenta de que están solos irremediablemente. Y entonces recuerdo a esa mujer que en Valencia ha aparecido momificada en el interior de su casa. Nadie sabe como ha muerto, ni cuando. No sabemos si sufrió, si murió de repente, si tardó días en morir tirada en el suelo de la cocina de su casa. Si llamó, nadie la oyó, si gritó, nadie escuchó sus gritos. Da pena pensar en ello. Pero han pasado cuatro años desde que esta mujer murió y nadie había notado nada. La pensión, los recibos, todo seguía su curso de una manera mecánica e inexorable.

Ese es el estilo de vida que se impone en las ciudades, la deshumanización y el individualismo que impide notar que en cuatro años no ha habido un solo movimiento en sus cuentas.

Puede parecer un caso extremo, pero no tan infrecuente si pensamos que solamente en Madrid, en los últimos años en que se conocen cifras murieron más de cien personas mayores solas, como Carmen, una sindicalista que en su juventud no había cotizado, aunque había trabajado, y ahora malvivía con una pensión mínima de cuatrocientos euros, y un buen día apareció muerta, o como Cesar, un abogado que no abría la puerta a nadie, que recorría el pasillo de su casa con un bastón, hasta que un buen día los vecinos del piso de abajo dejaron de oír los golpes del bastón y cuando los bomberos echaron la puerta abajo estaba muerto. Esos son ejemplos de los muchos que ocurren a diario en las ciudades.

Una sociedad madura y solidaria debería tener en su agenda prioritaria el cuidado de las personas mayores que viven solas, que no tienen familia, o que si la tienen viven lejos. Y un Ayuntamiento que se precie de estar al servicio de sus vecinos debe reforzar los servicios de atención domiciliaria. Ciudades amigables, accesibles, seguras y servicios especializados hacen mucho por evitar el aislamiento y la soledad de muchas personas mayores.

Por eso yo pido a este gobierno que acaba de iniciar su andadura, y que tantas expectativas ha levantado, que incluya en sus prioridades la financiación de la Ley de la Dependencia. La atención a las personas vulnerables, y los ancianos solitarios son el eslabón más débil de la cadena.

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