innovacion

Historias de Plutón /
José A. Secas

De todos es sabido que funcionamos por ventoleras, modas, oleadas y tendencias tanto en los aspectos culturales y sociales como en los económicos o los de “andar por casa”. Últimamente los gurús y sabelotodo de la cosa económica han descubierto que la piedra angular del crecimiento en economías “maduras” como la nuestra (!?) radica en la innovación y la creatividad enfocada a la productividad a través de la mejora de productos y servicios o, directamente, identificando, descubriendo, generando o inventando, por la cara, nuevas necesidades para pasar a satisfacerlas (y sacar unas perrinas, de paso).

En este empuje machacante y machacón, tan de moda, mediático y social por ser innovadores y por darle a devanadera de los sesos (que diría mi madre) para aportar soluciones, rizar los rizos y descubrir las piedras filisofales que aun andan ocultas, se ha desatado una necesidad por ser original, creativo, ocurrente y recurrente que parece que no te vas a comer un colín en tu vida (profesional y profesional) como no te espabiles en este asunto. Así, este afán por innovar, cuya definición exacta es: “alterar las cosas introduciendo novedades”, nos está llevando a eso: a alterar las cosa. El fin de esas novedades que es necesario aportar, ya no encaja ni respalda a la definición y, a la postre, el acto de la innovación se queda en un quiero y no puedo más cercano al noveleo y a la ocurrencia que a una aportación provechosa que, efectivamente, mejore lo que hay.

En este occidente capitalista avanzado hay que salirse de lo corriente y destacar como sea

A todo este desate de creatividad de medio pelo se suma la necesidad de parecerlo y demostrarlo. Ya no vale con ser (en el mundo de la moda, por ejemplo) elegante; hay que ser extravagante. Forzosamente cantoso o “trendy”. Luego ya vendrán otros detrás (la masa) a imitarte, copiarte, asimilarte o interpretarte y a apoderarse e incorporar a su ser, tu creatividad e innovación. Esos falsos creativos e innovadores, a base de alterar lo que hay y no aportar nada, se convierte en borregos de colores que quedan muy “cool” en un “selfie” pero que vistos de lejos, no dejan de ser eso: una masa informe de ganado bovino multicolor.

En el mundo de la empresa -y aquí te juegas los cuartos- la cosa se pone mucho peor porque ya no vale con ser innovador como los japos que copiaban (ahora están en recesión, los pobres) y mejoraban lo copiado o como los chinos que copian descaradamente o falsifican sin más; no. En este occidente capitalista avanzado (maduro, como se ha dicho), hay que salirse de lo corriente y destacar como sea. Ante el desarrollo del marketing, la influencia de las redes sociales en el mercadeo y el poder de los medios y de los dictadores de tendencia, las pobres empresas (no digamos los paupérrimos autónomos) no hacen más que ofrecernos churros patateros y monas vestidas de seda. Y digo yo: ¿por qué no nos dedicamos a ser lo que somos, a hacer bien lo que sabemos y nos gusta hacer y nos dejamos de tantas jilipolleces?

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