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Con ánimo de discrepar /
Víctor Casco

Daniele de Volterra ha pasado a la historia del arte con el sobrenombre de “Il Braghettone”, título humorístico que le concedieron sus contemporáneos pues él tuvo que encargarse de dar cumplimiento de las órdenes de Pío V: tapar las “partes pudendas” que Miguel Ángel había pintado en la Capilla Sixtina. Y así, el pobre Daniele, cubrió los genitales del magnífico Juicio Final. Su Santidad Pío V —a diferencia de Giuliano della Rovere, el guerrero Papa Julio II y patrono de Miguel Ángel (con quien mantuvo una tormentosa relación de amor-odio)— no soportaba ver los cuerpos masculinos que el genial artista florentino pintase nada menos que en la capital de la cristiandad… No fue un caso único.

Braghettones de mirada ofendida los ha habido y los hay en múltiples geografías. En Cáceres tenemos al Cabo Piris, escandalizado por una reproducción de la goyesca Maja Desnuda visible en la librería Figueroa, allá por los años finales del régimen franquista, un tiempo en el que todo lo interesante estaba prohibido. Y hoy, sí, en nuestros mismísimos días, tenemos a las autoridades de Roma que, ante la visita del presidente Iraní, han escondido todas las estatuas grecolatinas con desnudos masculinos y femeninos para “no ofender” a tan ilustre visitante.

Nunca he entendido qué de afrentoso hay en un desnudo. Por qué ese rasgarse las vestiduras. ¿Acaso no nos hicieron desnudos los dioses? Claro que lo único vergonzante suelen ser las miradas de los supuestos campeones de la moral, esa caterva de reprimidos que quieren un mundo concebido a su imagen y semejanza: estéril, lacrimoso y aburrido.

Curioso ese celo moralino del gobierno de Roma. Curioso también como en unos meses el presidente de Irán ha pasado de ser un apestado peligroso a un afable dirigente que viene cargado de negocios. Que EEUU haya bendecido a las autoridades iraníes ha obrado el milagro. Conste que yo lo apoyo y considero que es vital establecer relaciones con una cultura milenaria y rica y apoyar las reformas que una juventud pujante y abierta viene promoviendo en este país de Oriente. Pero oigan: no hace falta tapar a nuestras estatuas, restos impresionantes y venerables de una época donde mostrarse desnudo no afectaba a nadie… antes de que vinieran los hombres de negro con su mágica frase de “¡esto es pecado!”

 

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