No es asunto nuevo, es algo recurrente que se esgrime como látigo castigador en la lucha por la igualdad entre hombre y mujeres. Sí, queridos y queridas lectoras y lectores. De un tiempo a esta parte, el ojo de Sauron mira hacia el foco de la discriminación de género, que parece no ser otra que el lenguaje. Aunque sea a costa de incorrecciones lingüísticas, pues parece ser que todo está permitido en nombre de la visibilidad. Ya lo hizo en 2008, Bibiana Aído, por aquel entonces ministra de Igualdad con Zapatero. Se despachó en las Cortes con un “miembros y miembras” y se quedó tan pancha. Desdobló el lenguaje tratando de conquistar espacio inclusivo y salió escaldada del experimento con las consiguientes mofas.

La semana pasada, Irene Montero, portavoz de Podemos en el Congreso de los Diputados y Diputadas, se sirvió de otro término incorrecto, “portavozas”, para denunciar el olvido del genérico masculino para referirse a la mitad de la población. Pronto le respondió la RAE que la palabra “voz” no tiene femenino, que para diferenciar el género nos servimos de determinantes y adjetivos. Sin embargo, en lugar de reconocer su error arremetió contra la misoginia de la RAE. Vamos, que mezcló churras con merinas. Al pobre lenguaje le achacamos los males endémicos de una sociedad que ha mantenido el patriarcado en muchas de las instituciones que nos representan. Pero no, con ellos no nos metemos, es más fácil decir estupideces para desviar el debate. Es cierto, de 45 académicos de la RAE sólo se sientan 8 mujeres. Un porcentaje pírrico. Lo mismo ocurre en el sector judicial. Sólo el 12,8% de los magistrados del Tribunal Supremo son mujeres. Es más: de las 2.827 juezas en activo parece ser que —según el Consejo General del Poder Judicial— ninguna reúne los requisitos para formar parte de su Sala de Gobierno. Lo mismo ocurre si analizamos sectores como la banca o la política: Rajoy, Sánchez, Iglesias o Rivera… ¿sólo hombres presidenciables? Por no mencionar a la Iglesia. Entonces, ¿por qué no acudimos a la fuente donde emana la desigualdad? Porque desigualdad y poder es casi lo mismo.

Dejemos al lenguaje en paz, que sólo es reflejo de la sociedad en la que vivimos. Tendrá que evolucionar, pero no a costa de darle patadas o de que valga absolutamente todo. Porque entonces no conquistaremos la igualdad, claudicaremos en educación.

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