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Con ánimo de discrepar /
Víctor Casco

Mike Judge dirigió hace unos años una película donde nos planteaba un futuro en el cual la población ha alcanzado el grado máximo de estupidez. Sólo hay programas basuras (no existen los libros) y los presidentes son elegidos cuánto más estrafalariamente vistan, el lenguaje se ha reducido al mínimo imprescindible y las máquinas se usan pero no se sabe cómo funcionan: si se estropean se abandonan.

“Idiocracy”. Existe una teoría científica que viene a decir que la sociedad camina hacia la idiocracia total. Y viendo los programas políticos que triunfan casi estoy por abonarme al planteamiento: el reino de los “tronistas”, de hipermusculados e hiperoxigenados imbéciles que no manejan más castellano que el imprescindible para triunfar en la discoteca.

También hay idiocracia en las redes sociales. Se manifiesta cada vez que se difunden masivamente noticias muy llamativas pero totalmente falsas. Nuestro pensamiento crítico está embotado y si algo sale en los medios, y en este caso en la red, debe ser cierto. Todos los agostos hay una superluna que se verá inmensa en el cielo y de vez en cuando nos anuncian que veremos el planeta marte del mismo tamaño que la luna llena. La información se expande y pocos se dedican a buscar datos científicos que avalen esa afirmación de la superluna o el supermarte. Aparece en internet, debe ser cierto. Lo mismo ocurre con las noticias políticas o económicas. Asumimos prejuicios constantes sin detenernos a pensar siquiera un instante y hasta los propios periodistas – supuestamente serios – se contagian de este espíritu: la política rosa, que consiste en centrarse en lo superficial (pero llamativo) antes que en lo sustancial (que requiere análisis, investigación y debates).

Internet ha permitido democratizar la información y es una de las herramientas imprescindibles que, bien usada, nos puede permitir ampliar nuestros puntos de vista y no depender de los sesgos ideológicos o los intereses económicos de los grandes medios de comunicación; pero también, mal usada, puede contribuir a incapacitar la capacidad crítica del ser humano a la hora de enfrentarse a la información: todo lo damos por bueno. La sobreinformación sirve para perpetuar la ignorancia: te ahogan en datos perfectamente inútiles y no sabes discriminar lo esencial de la paja..

Al fin y al cabo de eso se trata: de despertar en cada uno de nosotros el necesario escepticismo que impida nuestra caída a la idiocracia. Apagar la televisión y leer un buen libro es la mejor receta contra esa distopía.

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