platomaneras

Historias de Plutón /
José A. Secas

Empiezo hablando de la buena educación. Me refiero a esa que adquieres en casa y en el entorno familiar cercano: en la tribu de abuelos, padres, hermanos e hijos -también políticos- que a menudo se extiende y contagia a los amigos más íntimos entre los cuales algunos ascienden vía padrinazgo. Ahí, en ese grupo, se educa verdaderamente y se forjan los cimientos de la persona como individuo socializado. A diferencia de la escuela, es el ejemplo y no la doctrina, lo que indica el camino a seguir y son los valores (normalmente sin saberlo) y no los conocimientos, los que justifican y dan sentido a esta labor educativa. Puntualizo que esta afirmación es muy generalizada porque me consta la labor “extralimitada” que algunos docentes ejercen (o se ven obligados a…) entre sus pupilos con encomiable dedicación y loables resultados.

Estoy seguro de que en la Wikipedia y en la biblioteca se puede aprender mucho más sobre pedagogía, sicología infantil y materias aledañas y colaterales. Solo pretendía hacer una introducción para poner el foco en asuntos muy de “andar por casa” que, a la postre, dicen mucho de uno cuando, ya de adulto, se ve enfrentado a las relaciones sociales en variados frentes. Por ejemplo: sentarse a comer. Mi padre decía que “en la mesa y en el juego se conoce al caballero”. Viniendo de un obrero humilde, hijo de un comerciante (republicano) con nueve hijos, cuyas enseñanzas también me llegaron por su boca, tiene mérito. “Bendita la rama que al tronco sale” y “ser bueno, es negocio” también lo aprendí en casa.

Otra cosa que mis padres me enseñaron es que comer bien no solo se refiere al fondo, sino también a la forma. De nada vale comer productos ecológicos como un cerdo. Eso no es “saber comer”. Por mis estudios de hostelería, puedo asegurar que todos los convencionalismos y reglas de etiqueta y protocolo que hay que guardar en la mesa responden a unos criterios de limpieza, seguridad e higiene y sentido común. Los rituales de la mesa a la hora de servir y de comer tienen un sentido y no son, como algunos piensan, jilipolleces de ricos y señoritos.

No voy a pedir que en una mesa humilde como la de la mayoría de los que leemos estas letras, haya tres copas y paleta de pescado (entre otras cosas); lo que sí espero es que, independientemente de que sepas o no de su existencia y modo de empleo, tus padres (y tú a tus hijos) hayan tenido el acierto de mostrarte unas reglas mínimas de decoro y urbanidad que se resumen en una palabra totalmente necesaria en todos los aspectos de la vida en sociedad: respeto. La postura, los ruidos y ruiditos, la atención -¡esos móviles!-, la conversación (volumen, tono y tema) y toda esa necesaria parafernalia, contribuyen a que la comida siente bien y tenga buen provecho y a que tu imagen como persona suba (o baje…). Ahora, agarrando la copa (con la mano izquierda si eres el que habla y hace el brindis) con todos los dedos por tallo, pierna o fuste, mirémonos a los ojos y brindemos: ¡Salud!

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