septiembre

Mi ojito derecho /
Clorinda Power

Hola, septiembre de mierda otra vez, quería decir. Todos los septiembres lo mismo: yo apuntándome al gimnasio, yo buscando trabajo, yo cambiando mi vida. Y así desde 2012, más o menos. En 2012 tenía 29 años. Aquello, si me lo permitís, me daba cierta ventaja sobre todos vosotros. Vivía en tierra de nadie, al borde del precipicio, en una carretera sin arcén, en el primer puesto de la conga de tu boda, en la veintena, en la juventud sin futuro porque el futuro era para la gente mayor (mayor de 30, se entiende). Pero llegaron los 30, los 31 y los 32, y vaticino que llegarán los 33, los 34 y los 35 y seguiré viviendo, esta vez en la treintena, en la juventud sin futuro porque el futuro será para la gente mayor (mayor de 40, se entiende).

Si os preguntáis qué hacemos los viejóvenes de hoy con nuestras vidas, os puedo decir lo que hago yo con la mía: quejarmesinparar. Tengo un trabajo del que me resisto a dar más explicaciones que esa: tengo un trabajo. Llevo cuatro años haciendo exactamente lo mismo de lunes a viernes y no, aún no le he cogido cariño. Yo sí que tengo amigos, no como vosotros que los contáis con los dedos de una mano y os sobran dedos. Yo tengo muchísimos amigos, pero los muy miserables viven lejos y, que yo sepa, todavía no ha llegado la conexión a internet que dé caricias, ni cervezas, ni collejas (joder, las collejas). Mi familia, para ser española, ha sobrevivido siempre bajo mínimos: padre, madre, hermana y servidora. Me vais a perdonar, pero con el tiempo (cenas de navidad mediante) he constatado que cualquier familiar que viva más allá de 250 km a la redonda, en algún momento no identificado pasa a convertirse en un auténtico cuñado. Y yo paso mucho de los cuñados (espero que en esto coincidamos). Por si fuera poco, no sé lo que es tener una afición, pero me alegro muchísimo de que vosotros tengáis tantas. Es mentira. En realidad os envidio por esquiar y surfear (y eso que sois de Cáceres), correr, leer, escribir, coser, cantar. Yo podría dormirme (lo juro) haciendo cualquiera de esas cosas excitantes que os apasionan tanto a vosotros. Para colmo, nunca me he aprendido la letra de una canción, y eso es horrible porque ni en los momentos más deprimentes de mi vida (de mi vida de esta semana, por ejemplo) me he podido sentir identificada con una balada. Y eso, lectores, eso es sentirse solísimo. También me caracterizo por marcar el paso de los días con un “cuándo coño llega el viernes” y el de las estaciones con un “cuándo coño llega el verano”. Y por qué me pasaré yo la vida quejándome. Lo tengo claro: me he emocionado hasta las cachas suficientes veces en estos 32 años como para saber que quiero más de eso y menos de esto. Y es una mierda. Es una mierda porque vivir así es morir de amor. Y a pesar de todo, prefiero esto a lo otro. He conocido gente a la que solo se le pone el pelo de punta cuando escarcha. A esa gente es a la que le pido yo que me guarde el futuro. Y si me llega, que sea ya si eso a los 50.

Artículo anteriorProcrastinación: Siete casos de éxito
Artículo siguiente4 películas para no perderse esta temporada

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí