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Desde mi ventana /
CARMEN HERAS

Para cuando los míos cayeron en la cuenta del disgusto que yo tenía, ya habían pasado un par de meses. La abuela había sufrido un derrame cerebral que la había dejado paralizada de un lado, además de hacerla olvidar quien era; por tanto no fue extraño que el primer suspenso de una preuniversitaria, siempre con currículo de matriculas y sobresalientes, pasara casi desapercibido. El hecho terrible de la enfermedad «tapó» literalmente al otro.

Ambos llegaron al tiempo y sin anuncios previos, al menos para mi madurez de entonces, así que la sorpresa fue también parte del guiso y un ingrediente que lo hizo más difícil de tragar, complicando su asimilación. Luego, las cosas volverían a su sitio y aunque la abuela nunca recobró la salud (fueron cinco años muy malos para ella y para mi madre; entonces no había ayudas a la dependencia), la fuerza de la vida normalizó las cuitas. Y hubo que buscar soluciones. Y aplicarlas.

Quiero pensar que de haber sabido lo que iba a ocurrir, otras salidas hubiéramos previsto, otros movimientos habríamos hecho, utilizado otros resortes. Para evitar el fracaso. Para intentar disminuir el dolor. Y aunque es cierto que los errores y problemas son estímulos de aprendizaje, (incluso en las «matemáticas para la vida» enseñadas en la escuela) no menos lo es la certeza de que los diagnósticos correctos en las situaciones conflictivas, provocan mejores respuestas.

Leo un estupendo comentario elaborado por BAG sobre que hay tantas cosas agradables en el mundo, que debiéramos dedicarnos a ellas y no perder tiempo en las que no lo son tanto. Es un buen consejo, aunque no siempre posible de obedecer, pues en ocasiones los hechos que nos suceden nos superan, no somos responsables de ellos. ¿Venimos a este mundo para ser felices? No necesariamente. No lo creo…

No creo que nadie pueda vivir sin tomar decisiones

Pero a veces si somos dueños de nuestras vidas; a veces podemos intermediar, podemos negociar, podemos decidir…para que los asuntos se resuelvan mejor. Y no lo hacemos. Las causas suelen ser múltiples y todas justificadas, pero al final lo que queda ante un determinado análisis desfavorable de resultados, es lo que se pudo hacer o no hacer. Y entonces la auto compasión no sirve, ya lo saben. Los lamentos, tampoco.

No creo que nadie pueda vivir sin tomar decisiones. Desde las sencillas hasta las más complicadas. También en la vida pública resulta impensable un quehacer político sin apurar algún tipo de riesgo. Es cierto que los tiempos dan lugar a inseguridades. La vieja época con los viejos oficios no acaba de extinguirse, (también tiene su parte biológica), y la nueva está sin experimentar y sin resultados perfectamente previsibles, por lo que es inevitable el riesgo. Así que ahí andamos, un poco tocados, un poco diletantes, titubeando…Por si será mejor esto o aquello… Por si debe imperar el marketing publicitario y los discursos de 140 caracteres. O la entrada en directo en los programas de máxima audiencia televisiva. O los jóvenes o los viejos, todos juntos o en solitario en la figura del líder. Que gran discusión el otro día acerca de si buscar el consenso es algo adulterado desde el principio y no recomendable…o hay que hacerlo. Si es necesario ir contra el bipartidismo de las organizaciones clásicas…

«Por sus hechos los conoceréis», se dice. Y las trayectorias de cada cual están ahí, aunque un desorden, cada vez mayor, asoma en las estructuras añejas bajo el rótulo de la modernidad y las «nuevas» formas de democracia. Porque lo que parece bastante claro es que una organización eficaz, por principio, ha de estar organizada eficazmente (perdonen la obvia redundancia). Y eso implica tener un orden (otra vez cito lo redundante), saber aprovechar los referentes humanos, unos criterios de trabajo, disponer de un discurso…Sabiendo cual es la meta a alcanzar. Y lo duro que puede ser el camino.

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