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Cánovers /
Conrado Gómez

Ibarra, el expresidente extremeño tan en boga estos días por sus declaraciones sobre Rita Barberá y su amenaza de abandonar el PSOE si Sánchez forma gobierno con Podemos y los independentistas, tuvo una de las mejores frases que se recuerdan en la historia reciente de Extremadura, fiel reflejo de la tendencia de los últimos 20 años en esta región: “Los niños antes soñaban con ser astronautas, ahora con ser funcionarios”.

¿Qué ha pasado para que nuestros jóvenes hayan desistido del anhelo de cambiar el mundo por conquistar sus correspondientes trienios? Es triste comprobar cómo una convocatoria de empleo público concita miles de candidaturas. Y entiéndanme, no critico al funcionariado, donde tenemos al cuerpo de maestros, médicos, militares o bomberos, que cumplen una función imprescindible para que la maquinaria siga funcionando (nunca mejor dicho). Simplemente, me pregunto qué ha pasado para que nuestros jóvenes —no digamos los adultos— hayan perdido cualquier atisbo de ilusión por acercarse al abismo del emprendimiento. Tiene que haber gente para todo, cierto, pero el porcentaje de esta región de emprendedores deja muy poco margen a la rebelión. Al emprendedor sigue considerándosele ese tipo raro incapaz de sacarse unas oposiciones. Al que hereda un negocio familiar no se le impone tal meritoria distinción, sino que directamente se le asciende a ‘empresario’. ¿Qué debemos fomentar entonces desde la administración? ¿Cómo se interfiere en conceptos como seguridad y riesgo?

La cobertura social de uno y otro —autónomo y trabajador por cuenta ajena— no es justa ni proporcional. El autónomo no piensa en el paro, porque básicamente no existe para él; el trabajador, como un descanso entre una ocupación y otra. Es absurdo que animemos a nuestros jóvenes a emprender y les quitemos con la otra mano la red que les sostiene por si resbalan. Demasiado miedo al fracaso. Pánico.

Tenemos otra opción: todos funcionarios. ¿Por qué no distribuimos las ocupaciones en función de las necesidades productivas y nacionalizamos todas las industrias? De esa forma nadie se haría rico, pero tampoco tendríamos a un tercio de la población acechando el umbral de la pobreza. Y podría haber una ciudad que se llamase así, “Funciocity”, donde viviríamos todos de la administración.

Un momento… eso ya existe. Se le conoce como “comunismo” y creo que no salió muy bien. Bromas aparte. O nos planteamos a conciencia revertir la creación de empleo exclusivamente desde la oferta pública o dentro de unos años nos convertiremos en la Marina D´or del funcionariado. Bienvenidos a Funcio City. De 8 a 3.

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