Mi ojito derecho /
Clorinda Power

¿Qué tienen en común First Dates y Federico Trillo? Yo os lo voy a decir: expectativas.

First Dates es ese programa, a veces delirante, a veces patético, y que yo no veo todas las noches, al que acude gente como tú y como yo (bueno, a lo mejor como tú), con la esperanza de encontrar una persona que cumpla con sus expectativas. Y esto es importante: nunca un participante de First Dates ha entrado en el restaurante del amor con la esperanza de cumplir las expectativas del otro. Curioso. Y, sobre todo, poco práctico.

Porque a ver, de qué sirve encontrar a esa persona que cumpla con tus requisitos de revista de sala de espera (que no fume, que no diga mentiras, que sea cariñosa, que tenga pelo, que tenga buen culo, que no haya estado casado, que le gusten las motos), ¡si luego tú no le gustas a ella! Me los imagino al salir del restaurante diciendo: qué maravillosa es la vida, he conocido a la persona que andaba buscando, ella no me corresponde pero, ¿ya he dicho que la vida es maravillosa?

A Trillo le pasó un poco lo mismo. Cuando le nombraron embajador en 2012, no tenía ni la menor idea de cómo llevar una embajada, y mucho menos una embajada en Londres: no hablaba inglés. ¡No hablaba inglés! ¡Jajajajaja! ¿No es delirante? No, tienen razón, es patético. Pero es que Trillo fue a Londres a otra cosa para lo que no necesitaba hablar inglés y que no tenía nada que ver con ser embajador.

Trillo fue a Londres a retirarse, a comprarse un Barbour (¡eso sí que es práctico!) y a ponerse fino de galletas de Beefeater (vale, lo del Beefeater no lo sé seguro). Y sí, Trillo cumplió con sus expectativas. Lo de cumplir con las expectativas de su cargo era algo que ni se le pasó por la cabeza. Quizá por culpa de aquella demanda por acoso laboral, o quizá por esos otros pufos relacionados con tratos de favor y malversación de gastos durante su mandato.

Cinco años cambiando de Barbour dan para mucho. Para demasiado, porque Trillo, con anterioridad al anuncio de su relevo en Londres, se postuló para heredar la embajada en Washington. Por el amor de Dios, que se la concedan, o tendremos que verle salir del Consejo de Estado tarareando aquello de «Qué maravillosa es la vida».

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