¿Cómo afecta el coronavirus al cerebro?

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Desde mi ventana/
Carmen Heras

A mí me pasa como a algunos articulistas, que me gustaría hablar (también) de otros asuntos que no fueran los relativos al momento electoral. Llevamos tanto tiempo escuchando los mensajes políticos de cada partido, oyendo decir a unos lo malos que son los otros, que sentimos la necesidad de tratar de frutas o de chocolates… O de langostas. Por ejemplo.

La poesía es un escape, sin duda. Lo malo es que poetas, lo que se dice poetas, hay pocos. De esos que escriben negro sobre blanco y al leerlos ves tus propias emociones reflejadas, solo que mejor. Neruda escribía muy bien de sus amores, pero también es autor de hermosos versos dedicados a la manzana («…siempre recién caída del Paraíso…»), y eso a mí me emociona. No todo el mundo tiene la sensibilidad suficiente para ver la belleza en las cosas pequeñas y sencillas, tan vulgares, tan del montón.

Siempre me han parecido extraordinarios (por escasos) quienes poseen un talento innato para descubrir las capacidades de otros, antes de que se hagan evidentes. Ese sexto sentido que intuye las posibilidades en los demás, incluso en contra de ellos mismos. Y que «viéndolas» apuesta claramente por su proyección. Son como managers competentes y generosos en el mercado competitivo y egoísta por el que todos pasamos.

A pesar de todo avanzamos, sin duda avanzamos. Aunque no debiéramos olvidar nuestros orígenes

El gran teatro del mundo, que dijo aquel. Yo desde luego, apuesto por volver la vista a los clásicos, al menos para tener referencias contrastadas, y alejarnos un poco del egocentrismo del propio «yo» de nuestros días, tan rutilante. Kenneth Branagh pudiera echar una mano. Con 27 años fundó su propia compañía teatral y desde entonces no ha dejado de mantener su pasión por el teatro y por Shakespeare, el gran traductor de las cualidades y defectos de la raza humana.

Y desde luego que sería importante, para todo, saber cómo funciona el cerebro, conocer más de la actividad de los circuitos neuronales y de las técnicas adecuadas que puedan reconducirla, si fuera necesario, en trastornos graves. Lo explica Rafael Yuste, catedrático de la Universidad de Columbia (Nueva York), ideólogo del proyecto BRAIN, financiado por el Congreso de Estados Unidos y que constituye una apuesta investigadora importante de ese país para los próximos 12 años. ¿Se imaginan que el Congreso o el Senado de España hiciera algo semejante y apareciera en todos los medios internacionales por algo distinto a lo qué cobran, o no, sus señorías? ¿Se imaginan que los Parlamentos regionales hicieran algo parecido por la ciencia, la música o el cine? ¡Sería increíble!

Porque claro, la unión hace la fuerza. Y ya que no todas las personas inteligentes trabajan en los mismos sitios y con las mismas claves, pareciera lógico reunir a personas distintas en proyectos comunes, si se quisiera innovar en cualquier faceta de la vida. Es lo que los expertos llaman «innovación abierta». Complejo el asunto, pero que funciona en otros lugares del mundo. También en la política.

A pesar de todo avanzamos, sin duda avanzamos. Aunque no debiéramos olvidar nuestros orígenes. Los hombres y mujeres de hoy poseemos genes neandertales, a decir de los estudiosos. Los últimos de ellos viviendo hace unos 40.000 o 50.000 años. Ahí es nada la antigüedad. Para quienes piensan que algo de 60 años es viejo, necesariamente.

El estudio del pasado convive (en nuestros días) con trabajos de inteligencia artificial en una sociedad fuertemente tecnologizada donde los relojes pueden asumir otras atribuciones, las baterías cargar más rápido, y la ropa cambiar de forma o de color, gracias al uso de materias textiles en las que se combinan tejidos tradicionales con electrónica. El frailecito de nuestra infancia que transmutaba el tono según hubiera más o menos humedad en el ambiente (¿recuerdan?) ha quedado ampliamente superado.

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