urna

Dudas de papel/

GOYO TOVAR/

El panorama del inmediato futuro de nuestra tribu política presenta un claroscuro potentísimo, todos nos inclinamos inquietos hacia el proceso electoral y a la vez, toda la estirpe domesticada admite que eso de que no tengamos aún un gobierno es una minucia social. Así que se espera que “el próximo gobierno que salga de las urnas” -según expresión muy celebrada entre periodistas y tertulianos- dará fin a esta incertidumbre.

Convendría reconocer y dar a conocer que las urnas no dan gobiernos; la prueba reciente nos ha mostrado cómo 350 grandes popes han demostrado su incapacidad para concertar o armonizar la confianza para que uno de ellos componga el equipo ejecutivo. Tampoco las consultas reales aseguran que se acomode el módulo gubernativo. Parece que la clave para asegurar un primer acuerdo se centra en el diálogo que desemboque en cesiones y abandonos de los que quieran dialogar. Esto no lo digo yo, lo dice la aritmética parda.

España tiene por ahora cuatro costados poco advenedizos; se duele uno y los otros tres se aplauden; no obstante, enarbolan, mientras tanto dura el desencuentro, la incorrecta expresión de “tener la mano tendida”, que ya significa que te vas a encontrar con una cobra o con un puñal.

No sé qué dirán las encuestas; pero los que las cocinan contemplan un sentir que apunta a que se va a castigar a los políticos que iniciaron un primer acuerdo y se va a premiar con un mayor apoyo a las que rehuyeron esfuerzos, rechazaron acercamientos y pintaron líneas rojas. Como si la nueva regla fuese: aquí gana quien menos hable, aunque se deben ingeniar nuevos ámbitos semánticos.

Los comunistas europeos de los años ochenta, distanciados del Kremlin se mofaron cuando los socialistas marxistas anunciaron su adaptación a los tiempos y se reconvirtieron en “socialdemócratas”. Según las tendencias declaradas, parece que las asambleas de mayo de 2015 torcieron las conclusiones hacia los mismo principios ideológicos que les apestaban.

En el amor y en la política, resultan vanos los esfuerzos para convencer, las cesiones para agradar o los agasajos para persuadir, si la otra parte no nos corresponde. Muchos nos ofrecen un cambio sin percatarse de que aquí hacemos muy poco por cambiar. Dudo, como Laurent Fabius, si no conviene hablar de caos más que de cambio.

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