navidad

Historias de Plutón /
JOSÉ A. SECAS

Había nacido en un país negro del hemisferio sur, entre el trópico y el ecuador, y sus miserables navidades no se ajustaban al estereotipo de la cultura imperante. Sus conexiones neuronales eran novatas y sus procesos mentales no alcanzaban un mínimo de comprensión de aquella realidad, cuando menos, absurda y totalmente injusta. Un niño que empezaba a tener “uso de razón” aún no asimilaba bien el concepto Navidad que le vendían. Si, que le vendían.

El mundo de los blancos, occidentales, capitalistas del norte le llegaba vía televisión e implicaba una contaminación de su realidad diaria y una colonización y aculturación sistemática. Eso parecía que le daba igual porque, siendo un niño, todo se digiere bien con ayuda de la inocencia y la fantasía. El universo irreal y de ficción que tanto atrae a los niños tiene unas tragaderas muy anchas pero el despropósito que se exhibe en estas fechas supera la imaginación de cualquier programa de dibujos animados o serie infantil. La Navidad (que lo inundaba todo) tenía un lenguaje propio y unos actores, tópicos, ritos, escenarios, tradiciones y protagonistas que le resultaban fantásticos (y extraños) por su diversidad y abrumadora presencia. Todo esto le atraía poderosamente.

¿Qué era la Navidad? —se preguntaba— y nadie le supo contestar de modo que lo comprendiera

La Navidad venía  impregnada de un frío que desconocía. No había visto un abeto (y menos decorado) en su vida pero lo de la nieve le resultaba inimaginable. No era hielo picado y lo sabía. Los renos podrían ser parientes de una gacela salvaje o de un buey doméstico pero esos carros sin ruedas arrastrados por esa alfombra blanca que difumina el horizonte y se funde con el cielo gris era irreal y sin embargo lo veía constantemente en la publicidad, en las propias series de la tele, en las noticias, hasta el los pocos libros que se podían ver en la escuela. Soñaba con ello.

¿Qué era la Navidad? – se preguntaba- y nadie le supo contestar de modo que lo comprendiera. La charla que le dio la monjita de la misión fue mucho más confusa de lo que cabía esperar. Los camellos entre pirámides montados por Reyes Magos (?!) podrían estar cerca de su cultura pero al hombre barbudo y albino vestido de rojo (que veía por todos los sitios) no conseguía ubicarlo bien. En todo caso era tan generoso, tan cariñoso, tan amigable…

Le había tocado nacer en aquélla parte del mundo y no llegaría a entender las cosas medianamente bien hasta que, pasado unos años, decidiera alcanzar su sueño y saltar una verja coronada con alambres de espinos que separaba el mundo miserable y seco del sur de un saco rojo repleto de comida y de cajas con regalos. Al cabo de los años se sintió decepcionado y humillado mientras miraba el desvaído brillo del espumillón viejo que rodeaba malamente el abeto de plástico del centro de acogida; pero esa es otra historia y ahora, en Navidad, todo es felicidad, ¿no es cierto?

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