DSCF4074

La magia del iceberg /
VÍCTOR M. JIMÉNEZ

Cuando bajó de la noria se sintió un poco mareada. No era propensa al vértigo y disfrutaba con las atracciones más emocionantes. La noria tampoco era grande. Quizás rotaba demasiado rápido y eso fue lo que le provocó la sensación de tener el estómago a la altura de la garganta.

Se sentó en un banco frente al tiovivo. Se fijó entonces en el decorado de los caballitos y carromatos, recargado hasta la saciedad con miles de detalles. La pintura dorada predominaba. Desde esa distancia y con las últimas luces del día, parecía el tesoro de un cuento.

Calmó el ánimo observando el vaivén lento del carrusel con su repetitiva musiquilla. Siempre le gustó aquel rincón del parque de atracciones.

Se sintió recuperada y se levantó dispuesta a seguir el recorrido, pero la sensación de vacío volvió con más fuerza y se tuvo que sentar de nuevo. Notaba las manos frías y temblorosas. Unas gruesas gotas de sudor resbalaron por su espalda y le hicieron estremecerse. Pasó cerca un chico de mantenimiento y a punto estuvo de pedir ayuda. En el último momento se contuvo. Sabía con certeza que su mal no tenía cura. La soledad era la única compañera para el último fantasma del parque de atracciones.

Artículo anteriorHéroes y heroínas
Artículo siguienteExtrema’doc o la fiesta del cine documental

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí