Historias de Plutón
José A. Secas
Además de las madres y (no siempre) las hijas, las mujeres más importantes en las vidas de las personas son aquellas con las que se aspira a construir un futuro juntos, a compartir proyectos vitales y a convivir con la intención de construir el núcleo familiar. A estas mujeres las llamamos, según el momento de la relación, los estereotipos sociales y conforme a las influencias culturales, de varias maneras. Desde “amiga” o “chica”, incluso “moza”, para pasar a ser “enamorada”, “novia” y luego “prometida”, la evolución del estado civil, del compromiso o del mismo paso del tiempo, terminan por convertir a esa fémina en “cónyuge”, “consorte”, “esposa” o “desposada”, “compañera”, “pareja”, “señora”, simplemente “mujer” o, lo que es peor, “hembra”.
Alrededor y en paralelo a estas palabras que designan a la persona que te acompaña en la vida es ese momento, se incluyen los diminutivos de muchas de ellas y otra serie de apelativos y palabras más o menos cursis, cariñosas o recurrentes, hasta las que encierran unas cargas de profundidad que van desde el humor compartido hasta un subyacente, digamos, desprecio, como: “nena”, “amiguita”, “choni”, “tronca”, “prenda”, “cari”, cuchi-cuchi”, “colegui”, “loquita”, “bebita”…
En la intimidad y con respeto, las personas entre sí se pueden llamar como quieran pero al referirse ante otros a esa persona tan especial en la vida de un hombre (o de otra mujer), el valor y significado de la palabra escogida es ciertamente relevante y elegirla con tino dice mucho, a mi entender, del grado de amor, respeto, confianza y compromiso que existe entre ambos. Muchas veces, a la inversa, el modo con el que se refieren ellas al varón (o también mujer, porqué no) que tienen a su lado, difiere sustancialmente y esto, pone en evidencia una carencia de sintonía que se traduce en la elocuente y reveladora expresión oral.
Creo que al final, es cuestión de consciencia, de medida y de criterio. Llamar o referirse a ellas de uno u otro modo, debe ser un acto meditado porque -siempre bajo mi punto de vista- las palabras dicen mucho tanto de quien las pronuncia como de la propia relación subyacente. Así que, por ese respeto e igualdad que la mujer reclama con razón en estos tiempos, llamémoslas como se merecen. Elige para ella tu palabra y hazlo con amor.