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Desde mi ventana /
CARMEN HERAS

Pues resulta que hace unos días, los hinchas de un equipo deportivo fueron entrevistados por la radio. Al parecer iban a tener que tomar una gran y dramática decisión. Comandados como están por un grupo extranjero, al que deben de apoyar siguiendo las reglas al uso, no podrían hacer lo mismo con el equipo correspondiente de su amado país, en la confrontación entre ambos.

Entre bromas y veras, el periodista les preguntaba cómo actuarían. Y entonces uno de ellos resolvió: «Externamente gritaré a favor de Qatar, pero mi corazón estará con España» ¿Se dan cuenta ustedes de la profundidad del debate y sobre todo de la complejidad de la solución? ¿Se dan cuenta? Boca y corazón enfrentados, pero, ¡oh casualidad de las casualidades!, este último no grita.

Todos los que hemos gestionado en algún momento situaciones, fondos, maneras de actuar, equipos de personas… hemos sufrido muchas veces el vértigo de tener que concretar, sobre la marcha, aspectos teóricos en los que creemos. Desde lo mas liviano hasta lo profundo. Quizá por eso hemos sido tan observados y nos han nacido nuevas arrugas. Aquel, que solo se ha movido en el campo teórico, quizá no sepa de lo que hablo, pero el que ha intervenido en los asuntos públicos y ha querido hacer confluir un concepto como el de la solidaridad (pongamos por caso) con otros como los de la justicia y la eficiencia, dentro de un contexto ya organizado a priori por años y años de existencia, con administraciones correosas y obedientes a unos criterios no siempre modernizadores, me entenderá. Curiosamente, tendemos a analizarlo todo, simplificando en nuestros juicios de valor, colocando etiquetas que no siempre representan a todo el proceso y sus intervinientes. Y de forma trivial buscamos chivos expiatorios, aunque no sean los responsables.

Leo, en la prensa, que en algunos lugares se «enfrentarán» las dos «almas» de Podemos. Lógico, normal, interesante, imprescindible, necesario (digo yo). A cualquier organización, como a cualquier persona, le llega su hora de la verdad; ese momento, en el que te descubres desnudo ante el espejo, en el que te preguntas hacia donde vas, y con quién y con qué herramientas.

Porque es muy difícil estar continuamente «representando» un papel, incluso aunque ese papel esté muy mimetizado con tu propia personalidad. Y al final, terminan reventándose las costuras, claro. Para ese momento, hay que estar preparados.

¿Monarquía o República? —gritan algunos—. Subvenciones a la Iglesia, ¿si o no? —piensan otros—. ¿Asistencia a los actos religiosos o pasar de puntillas? -se preguntan los de más allá.

No hay respuestas claras, fuera de la argumentación teórica. No las hay. Porque no existen las matemáticas exactas que resuelven los asuntos de conciencia. Como no las hay en los pactos (si o no) de la izquierda. O si la democracia representativa es en sí misma, o no, mala…o mejor que la directa. O peor.

El mundo está, por lo general, profundamente desorientado. Saliendo como salimos de un ciclo, con unas determinadas circunstancias, y aún insuficientemente «metidos» en otro en el que aun no hay reglas claras para actuar. Ni experimentadas. Así que los trompicones son moneda corriente de nuestros días. Y la búsqueda de un libertador. ¡Ah, esa creencia de que alguien vendrá a salvarnos…!

Como la madre de una amiga que siempre estaba dispuesta para acudir a la llamada de su hija cuando tocaba hacer las cortinas de la sala, o cuidarla durante el embarazo, o criarle los niños… Pero claro, madre no hay más que una!

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