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Lunes de papel /
EMILIA GUIJARRO

Ya en 1801 Leandro Fernández de Moratín escribió una comedia, que antes era casi de lectura obligada, en la que satirizaba la educación de las niñas, a las que únicamente se las enseñaba a casarse, y para hacerlo de acuerdo con su categoría social se les enseñaba a mentir, a ocultar, a engañar, a disimular. No se planteaban otra cosa, ni tenían en cuenta su opinión, porque el único objetivo era el matrimonio y para ello no necesitaba saber mucho. La obra es un alegato por la educación y la libertad de las mujeres. La obra de un reformista  moderno para su tiempo.

En la mayoría de los países del mundo donde imperan los planteamientos radicales desde el punto de vista religioso ven un peligro en la educación de las mujeres.  Y es especialmente sangrante en aquellos países donde impera el islamismo radical. Saben que las sociedades avanzan cuando las mujeres toman conciencia de si mismas, de su valor como personas, y de su independencia intelectual y económica.

La imagen terrible de esas niñas tapadas con velos grises y convertidas a la fuerza al Islam lo dice todo

El mundo se ha estremecido con el secuestro de las 200 niñas nigerianas, por  los radicales de Boko Haram, que en nombre de Alá, abominan de la educación de las mujeres. El mensaje es el mismo, las niñas tienen que casarse cuanto antes mejor, ese es el único fin para el que vinieron al mundo. Con brutalidad las han arrancado del centro donde estudiaban, y todo ello en un cóctel explosivo que mezcla  la brutalidad con la religión. La imagen terrible de esas niñas tapadas con velos grises y  convertidas a la fuerza al Islam lo dice todo. En Pakistán el caso de Malala nos conmocionó a todos y cuando sobrevivió de milagro al atentado talibán el mundo respiró con alivio. Su activismo por la educación casi le cuesta la vida. Por su valentía fue nominada al Premio Nobel de la Paz, y se le concedió el Premio Sajarov.

En occidente donde nada ocurre por casualidad, leí hace días un artículo que mostraba algunos ejemplos de mujeres que exhibían a su numerosa prole,  mujeres de éxito que abandonan  su actividad profesional para dedicarse al cuidado de sus hijos, un modelo ancestral que se va trasladando poco a poco desde planteamientos que presumen de ultramodernos pero que no dejan de ser modelos más antiguos que la vida misma. Nada ha hecho avanzar tanto a las mujeres como la actividad profesional fuera del hogar. Hace tiempo que se había acabado con aquella frase de “las labores propias de su sexo” y el mundo se ha llenado de ingenieras, profesoras, cocineras, arquitectas, militares, como para que desde algunas páginas del “papel couché” vuelvan a decirnos que hagamos pastelitos.

Volvemos, que diría Moratín, al tiempo de “el “sí” de las niñas”.

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