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Flaco favor le están haciendo los escándalos que estallan día sí y día también al noble arte de la política. Después de la irrupción en escena de la ‘Operación Púnica’, la confianza de los españoles en los que administran la cosa pública es paupérrima. Tanto así, que el Partido Popular prevé un descalabro mayúsculo en las próximas elecciones si Rajoy no empieza a limpiar sus filas de manzanas podridas. Le exigen que sea contundente no solo con los infractores, sino con sus avalistas. Para desinfectar una herida no basta con pasar un trapo húmedo, hay que acudir a la fuente del problema. Las voces del PP que piden que cese a Aguirre cada vez se alzan con mayor rotundidad. Pero bueno, también pidieron la cabeza de Ana Mato después de la gestión de la crisis del Ébola y ahí la seguimos viendo con la cartera de sanidad. El español percibe la impunidad de la clase política y le exaspera. Por eso el último barómetro del CIS sitúa a PODEMOS como la primera fuerza política en intención de voto. Y acabará ocurriendo, porque las olas que llegan desde la isla de la corrupción son incesantes, y es comprensible que empecemos a sentir un profundo hastío al ver en qué se están convirtiendo gracias a nuestra pusilanimidad como sociedad.

Algunos empiezan a justificar un posible pacto de las dos grandes fuerzas políticas como único antídoto ante la espumosa crecida del partido de los díscolos con coleta, pero el solo planteamiento de una fusión de intereses PP-PSOE no provocaría sino alzar al altar de los cielos a la precoz organización. Teniendo en cuenta que no han sido capaces de ponerse de acuerdo en temas de interés general como la educación o la sanidad sería antinatura que acordasen un gobierno de concentración. Sería algo así como quien se siente acorralado y finalmente tiene que mostrar su verdadero rostro para escapar en un último intento de salvar su vida. Sin tanta metáfora, sería la única posibilidad de conservar el poder a toda costa. Es impensable que en este país compartan gobierno PP y PSOE, por mucho que los próceres culpables de predisponer a la opinión pública así lo intenten. Arguyen que en Alemania se dan estas circunstancias, olvidando que el país germano tiene poco o nada que ver con éste, y que allí las formaciones políticas —de izquierdas o derechas— comparten un espacio de centro que aquí sería impensable.

Si finalmente la formación de Pablo Iglesias deshace la hegemonía de PP y PSOE tendríamos que analizarlo desde un profundo respeto a la democracia. Si participan con las reglas que todos nos hemos dado y las urnas les dan la razón, el contrato de mínimos garantiza la oportunidad para poner en marcha su programa. El tiempo nos dirá si es una fábula o un plan de actuación bien pensado.

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