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Desde mi ventana /
Carmen Heras

En el pasado «puente», como en un restaurante de carretera. Está puesta la televisión y, dado que no hay mucho público, puedo escuchar lo que dice una de las cadenas y ver las imágenes. Por la hora qué es y el día, retransmiten un informativo de noticias recientes.

Me fijo y las voy enumerando: todas son negativas, se juntan las de desastres naturales con accidentes de tráfico. Además y dominando sobre las otras, violaciones, asesinatos, robos, supuestas prevaricaciones, tumultos, protestas…

Previenen de que en Madrid, el Ayuntamiento va a tener que reducir el número de vehículos en las calles debido a la contaminación. Solo dejará los de unas matriculas determinadas y no los de otras…Habrá que utilizar el transporte público…

Luego comienzan a desfilar por la pantalla los partidos políticos. Unos no constituyen gobierno, otros están rotos, los terceros dicen y hacen cosas distintas, los cuartos son un tanto acomodaticios…

Poco a poco se me ha ido atragantando la comida. ¿Es posible, digo en voz alta, que no haya ninguna noticia de interés periodístico hecha en positivo? ¿Nadie, en este país, o en el mundo, ha realizado nada digno de elogio a reseñar, para alegría de propios y ajenos?

¿Para imitación de una mayoría mayoritaria? Con todo, lo más apabullante fue la reacción del camarero. El camarero, que es el dueño del establecimiento, un autónomo medio (como tantos otros) que ha levantado la empresa con su esfuerzo y el de su familia, que seguro que no debe nada y está al tanto de sus obligaciones con Hacienda.

Cada vez que alguna de las noticias peyorativas salía, él dirigiéndose a nosotros soltaba una frase de crítica o encanallada. Contra unos por una cosa, contra otros, por otra… Si era eso lo que pretendía el programa informativo, a fe que lo consiguió porque al término de la comida todos estábamos bastante de acuerdo en lo mal que va el mundo y sus aledaños.

Reconozco que bien pudiera ocurrir que ni siquiera esto último fuera el objetivo de la sucesión de imágenes comentadas con la que nos obsequiaron, lo que no desmerece en absoluto mis conclusiones: Aunque una sociedad sea civilizada, preparada y culta también se resiente, aún pareciendo salir indemne, de tanto «bombardeo» a diestro y siniestro sobre las «maldades» del sistema. El hombre y la mujer y sus defectos. Que todo lo hacen mal por tierra, mar y aire, solos o acompañados. En su vida personal o colectiva.

En sus fobias y filias. Así es, si así os parece (lo dijo aquel) Por ello, no admitamos la ausencia de responsabilidad de unos medios que tanto educan a los ciudadanos en un momento de la imagen y de lo digital. Donde cualquiera tiene un móvil y conexión a Internet. Parodiando aquel famoso slogan de mi infancia, «¡Ustedes son formidables!», digo algo parecido y añado «¡pero también responsables!» del optimismo y decaimiento de una época. Porque cuando se influye, se influye. Para bien o para mal, amigos.

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