Con ánimo de discrepar /
Víctor Casco

Hace un año, el New York Times publicó un estudio demoledor sobre el periodismo en España. Ponía de relieve la concentración de la propiedad de los medios de comunicación en unas pocas manos; la dependencia de la prensa escrita de la publicidad de las grandes empresas, muchas veces ellas mismas, las multinacionales, accionistas en los consejos de administración de esos mismos medios; la enorme precarización del trabajador, el periodista, habiéndose sustituido en los últimos 20 años una plantilla de profesionales con experiencia y, sobre todo, independientes, por otra formada por personas con contratos inestables, salarios bajos y que pueden verse de inmediato en la calle si cuestionan las directrices ideológicas del jefe de redacción de turno o publica un titular que no sea del agrado de los propietarios de la cabecera; el propio papel de los directores de los medios, auténticos comisarios políticos; la existencia de pequeños grupos de privilegiados que se reparten los mayores beneficios, incluyendo las mejores cuotas de pantalla; una información que en demasiadas ocasiones se publicaba sin contrastar… En suma, New York Times intentaba explicar porqué la prensa española es una de las más cuestionada por el público español y de las más devaluadas entre los otros profesiones occidentales.

Se ha dicho que hay que garantizar el derecho a la información de los periodistas. No es exactamente así: el derecho a la información nos pertenece a los consumidores, a los lectores. Es nuestro derecho. En el periodista, es un deber. El periódico, la radio, la televisión, tienen la obligación de ofrecernos información veraz, útil, objetiva y lo que sí que hay que garantizar es que el trabajador de los medios tenga todos los instrumentos necesarios para ofrecernos y garantizarnos ese derecho sin sufrir represalias. Por eso mismo, como consumidores, podemos y debemos protestar cuando se nos ofrecen noticias sesgadas, cuando se manipula en vez de informar, cuando hay ideología y no información, cuando por intereses espurios se hurtan datos y se nos niegan.

Mientras no abordemos en serio y con rigor qué modelo de periodismo tenemos en este país y, especialmente, mientras la propiedad de los medios de comunicación siga concentrada en pocas manos y tan dependiente de los poderes económicos y políticos, la información seguirá siendo un derecho que sistemáticamente se nos sustrae o se nos ofrece con la peor calidad posible.

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