Desde mi ventana /
Carmen Heras

Escuché en la radio un hermoso cuento japonés: Érase que se era un hombre bueno de verdad que al morir, aunque le toca ir al cielo, pide pasarse antes por el infierno para conocer el por qué lo describen como un sitio tan espeluznante.

Le aceptan la petición y llega allí para encontrarse con un grupo de hombres y mujeres, muy enfadados, alrededor de una mesa rebosante de viandas que nadie prueba, porque al manejar los únicos palillos de los que disponen y ser éstos extremadamente largos, cuando toman la comida ésta se cae intentando acercarla a la boca. Resultado: todos tienen hambre sin saciar.

El hombre bueno sale de allí muy afligido y se dirige al cielo. Cuando entra, ve también una mesa llena de comida y muchos hombres y mujeres, alegres y sonrientes, con palillos en las manos, tan largos y difíciles de manejar como los anteriores. Nuestro protagonista pregunta al ángel el por qué la gente acá es tan feliz en contraposición con los habitantes del infierno si ambos tienen la misma mesa, idénticas viandas, herramientas similares… «Fíjate -le responden- aquí cada uno utiliza su palillo para dar de comer a aquel al que llega con el mismo y como todos lo hacen, todos se alimentan, porque el grupo se apoya en el grupo».

Amigos, me dio por pensar en la moraleja. Al parecer andamos un poco despistados los humanos, en completa sinrazón. Defendiéndonos los unos de los otros en demasiadas ocasiones. Peleando individualmente contra el mundo. En frentes diversos. ¿Que nos ha pasado? Porque no puede ser que sean (tan solo) los efectos de la crisis los que han conseguido hacer (casi) desaparecer las buenas cualidades entre las personas. Aquellas que logran convivencias eficaces.

En Castilla, cuando el fallecido Felix Rodríguez De la Fuente editó unos vídeos hermosos en defensa del lobo, los agricultores y ganaderos rebatieron sus enseñanzas contando su experiencia terrible de ver, en los duros inviernos castellanos, tantas y tantas ovejas destrozadas por aquel. Y, curiosamente no criminalizaban al animal porque matase para comer, sino por el tremendo desastre fruto del matar por matar (el daño por el daño) tal como luego veían, horrorizados, al día siguiente de algunas de las cacerías provocadas por estos animales.

Ya nos lo dijo Alphonse Daudet en uno de sus hermosos cuentos del libro Lettres de mon moulin: «La chèvre de monsieur Seguin». Aquello de que las cabras del señor Seguin siempre querían subir a la montaña, en busca del aire y la libertad de la misma; por más que él las cuidase con mimo, ellas se escapaban y ni siquiera el temor a los peligros del lobo las retenía. Hermosa metáfora del ansia de volar de los jóvenes, supongo. Tan natural y comprensible. Aunque antes la montaña estaba más cerca y ahora la montaña es todo el mundo. ¡Ah, la libertad, la libertad, tan bella! En francés el texto queda mucho más bonito:

(M. Seguin n’avait jamais eu de bonheur avec ses chèvres. Il les perdait toutes de la même façon : Un beau matin, elles cassaient leur corde, s’en allaient dans la montagne, et là-haut le loup les mangeait. Ni les caresses de leur maître, ni la peur du loup, rien ne les retenait. C’était, paraît-il, des chèvres indépendantes, voulant à tout prix le grand air et la liberté).

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