Cada vez que llega diciembre, entre el lacrimógeno anuncio de la lotería y el famoso de turno equivocándose al explicar lo de las campanadas, a todos nos invade cierta sensación de melancolía que nos lleva a repasar lo que hemos hecho o dejado de hacer durante los once meses anteriores. Para mí, como para todos los que nos dedicamos a la enseñanza, el año termina cuando termina el curso. Sin embargo, hay que reconocer que en diciembre resulta casi imposible sortear la tentación de los balances. 2016: el año en el que Cáceres iba a ser capital europea de la cultura. Ahora, visto con la perspectiva del tiempo transcurrido, suena a gigantesca tomadura de pelo. ¿Realmente alguien pensó que teníamos posibilidades de conseguir el título? Trato de hacer memoria de aquella época y no puedo evitar sentir bochorno. La oficina del Consorcio Cáceres 2016 creo que se mantuvo abierta cerca de siete años. Alguno de ellos llegó incluso a disponer de un presupuesto de dos millones de euros. Todavía me pregunto en qué demonios se gastó aquel dineral. Porque, aparte de los puntos de colores que se colocaron en los balcones de la ciudad y los posavasos con el logo que se repartieron por centros culturales tan destacados como bares y restaurantes, me cuesta recordar alguna actividad realizada por el consorcio. Yo llegué a tener cinco entrevistas con cinco representantes distintos de la candidatura para presentarles algún proyecto. A todos cuanto les proponía les parecía estupendo, pero nadie se comprometía a nada. De aquellas reuniones siempre salía con la impresión de que con semejantes gestores no íbamos a llegar muy lejos. Hay que ver lo que les cuesta a los políticos dejar que de las cosas de la cultura se ocupe la gente de la cultura. Es que no hay manera. Resultaba fatigosísimo tener que explicar lo mismo una y otra vez o gastar energías intentando demostrar por qué los libros son importantes a alguien al que se presupone cierto interés por el arte y los artistas. Me acuerdo de que una de aquellas personas me confesó, cuando le hablé de Cosmopoética, que la alcaldesa suspiraba por organizar en Cáceres algo similar. Le respondí que se podía hacer en cuanto quisieran, ya que con el presupuesto de un solo año había para varios festivales como ése. Silencio. Nunca más volví a saber nada de aquello. Un amigo me decía por aquel entonces (y tenía toda la razón) que lo importante no era tanto lograr el título como el armazón cultural que, con esa excusa, podría crearse en la ciudad y del que nos beneficiaríamos todos en los años siguientes. De hecho, el encuentro de Cosmopoética (uno de los acontecimientos literarios más importantes del continente) se sigue celebrando a pesar de que tampoco Córdoba logró que la eligiesen. Lo mismo ocurre en Segovia con el Hay Festival. ¿Y en Cáceres? ¿Tuvimos algún gran programa cultural? Me temo que ni grande ni pequeño. En fin. Aquí todo se fiaba a la belleza (incuestionable, desde luego) de la parte antigua. En ningún momento se planteó nada atractivo ni de calidad. Es lógico, por tanto, que no nos escogiesen para ser nada menos que el foco de la cultura europea. Se ve que nuestro sino, si quien puede no lo remedia, es ser simplemente un hermoso decorado, un continente sin contenido. Total, han venido los de Juego de Tronos y todos tan contentos.

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