desoedida

Historias de Plutón /
José A. Secas

Entró en la habitación sin avisar y, al instante, los presentes percibimos que algo grave agitaba nuestras entrañas. Se paró en medio de la estancia y, alzando la voz, anunció: “Queridos: he decidido dejaros y continuar mi viaje”. La consternación más profunda se apoderó de todos. Los nudos en la garganta generaron ojos vidriados y muchos se deshicieron en lágrimas desconsoladas pero mudas. Solo se veían caras largas y miradas tristes que dejaban traslucir angustia y muchas ganas de entender el porqué de aquella decisión tan grave.

Sabíamos que había abortado su tercer intento por batir el récord en el último instante

Sabíamos que había abortado su tercer intento por batir el récord en el último instante. Aquella luz roja que parpadeaba en la mesa de control no permitió ni un paso más. Los planes y preparativos de los últimos meses, las pruebas técnicas, los duros entrenamientos, las ilusiones de un equipo y su amor propio, quedaban reducidos, una vez más, a ceniza. Lo malo es que en esta ocasión, el desenlace hubiera sido muy grave: hubiera sido fatal. De no haber saltado la alarma, aquella aventura se habría convertido en una catástrofe de terribles consecuencias. Estaba escrito: ese objetivo sería, para siempre, inalcanzable. Tenía que desistir. Las circunstancias, el destino, los hechos y hasta la suerte le indicaban que su camino no era el correcto y que su inútil persistencia solo podría acarrear, no solo a él , muchas desgracias.

Con una frialdad y una calma sorprendentes, fruto de su madurez y de una envidiable capacidad por asumir su destino, comunicó a todos sus intenciones. Ya se había despedido de su pareja y de sus comprensivos hijos, mientras que allí estábamos nosotros: llorando por anticipado su ausencia, incapaces de pensar en él y en sus razones y lamentándonos, egoístamente, por su pérdida inminente.

No permitió ni un intento por frenarle. Cerró bocas y secó lágrimas con su mirada segura y, de nuevo, su carisma nos atrapó y nos condujo a su terreno, a su mundo, a su persona poderosa y atractiva. Habíamos tardado en asumirlo tan solo unos instantes y las despedidas, de uno en uno, se hicieron intensas, entrañables, únicas, memorables… Fue abrazándonos a todos y cada uno de sus amigos y fieles seguidores. Se incrustó en nuestras almas y en nuestro recuerdo con una última sonrisa y una mirada intensa, dulce y cariñosa; directa al corazón. Dijo adiós con la mano y saltó.

Artículo anteriorEl vértigo electoral
Artículo siguientePromesas de fin de verano

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí