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Desde mi ventana /
Carmen Heras

De pensar siempre bien de todos y de todo puede surgir una especie de idiotez, pero de pensar mal de manera sistemática viene el sectarismo o la prepotencia. Yo no creo que todos los hombres (o mujeres) sean iguales en bondad, como tampoco lo son en belleza o en inteligencia. Yo no creo que sea sólo el mundo el que «vuelve» a los unos contra los otros. Pero, sin duda, influye.

De igual forma que no hay métodos puros aplicables a cualquier disciplina, no hay espíritus fuertes, dignos o malvados. Sin más. O débiles. La carga genética influye, pero no lo hace todo. El haber tenido una buena alimentación ayuda (en lo físico y en lo psíquico) más que el no haberla tenido, pero estamos hartos de conocer personas que pasan toda su vida enfermos o delicados de salud, aún no careciendo de cuidados, y otros que, aún habiéndoles ocurrido innumerables calamidades, tienen una vida larga y equilibrada en salud.

Por eso, y por muchos otros motivos, es muy difícil generalizar sin riesgo de equivocarse. Porque hay cuestiones o criterios que dependen y no precisamente del cristal con qué se miren. Los profesionales que se ganan la vida con esto, ya están tardando en buscar técnicas que ayuden a los humanos a atemperar y atemperarse, que todo no es blanco o negro, ¡caramba!

Ahora que llegó el otoño y comienza con la estación otra etapa en comidas u vestidos, por no citar trabajo y obligaciones, vienen al caso los comentarios anteriores a la luz de los últimos hechos acaecidos en nuestro territorio patrio contados por la prensa hasta la saciedad. Y el espíritu justiciero que impregna la valoración que se hace de ellos. Es cómo si cualquier analista se curase en salud para no ser tenido por débil o consentidor.

Se lo he oído muchas veces a los historiadores: enjuiciar con ojos modernos asuntos de otras épocas en las que los códigos eran distintos puede llevar a conclusiones distorsionadas (por eso no me gustan esas series en las que se intentan modernizar cuestiones antiguas). Pues lo mismo ahora en España. Escuchas a algunos y te preguntas sobre sus dotes y su honorabilidad intachable. Y su seguridad en el diagnóstico. ¡Qué suerte la suya, oigan!

Si antiguas pautas de conducta se han revelado malas para el conjunto, cámbiense. Si normas o leyes son incompletas, modifíquenlas. Adáptense legalmente todo lo posible a unas nuevas circunstancias sociales o económicas y aplíquense, pero pretender arreglar «a palos» situaciones o conductas consideradas hoy en dia equivocadas, muchas veces por meras revanchas, no creo que solucione demasiado para el fin supuestamente pretendido, ya que el «reo» tratará de defenderse al destacar que otros muchos hicieron lo mismo y no fueron ni siquiera criticados.

Y no estoy disculpando faltas, delitos o incompetencias, aunque para todo deba de existir la medida en el juicio y la reprimenda. Estoy diciendo simplemente que si se quiere dignificar una sociedad habrá que «convencerla». «Convencer» y no «vencer». La ética y la estética. Que siempre van de la mano.

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