Más de 300 personas participarán en el desfile de Carnaval de Cáceres
Carnaval de Cáceres. Archivo.

carnavales-2014

Desde mi ventana /
Carmen Heras

Como cada época tiene su afán, hubo un tiempo en el que me interesé vivamente por el folklore. Aficionada, conocí la obra de los clásicos en la materia y los escuché. También a los grupos de jóvenes que, visitando los pueblos, «recomponían» de labios de los ancianos las viejas canciones e instrumentos. Coincidió con el desarrollo de las autonomías y por lo tanto con una cierta exaltación de lo propio frente a lo genérico, en un intento sistemático de diferenciación y asentamiento.

También esto pasó, pero de entonces me queda una buena colección de discos que demuestran la fuerza musical de las costumbres y tradiciones en todos y cada uno de los lugares de España. Las influencias y transmisiones de unos sitios a otros son innegables, aunque existan peculiaridades en cada zona que sin duda tienen que ver con las reglas de carácter propias. La manera de entender la vida de unos o de otros: más contenidos, más bulliciosos, transcendentes, frívolos…etc.

Pensaba hoy sobre ello en estos días de carnavales. Previo a la Cuaresma, que es tiempo de preparación y sacrificio en nuestra cultura cristiana, la tradición manda que se deje al cuerpo disfrutar un poco. Carnavalescamente, que se dice. En esto, como en otras muchas cosas, yo hago mía la máxima de mi madre cuando alegaba que era difícil «lo extraordinario» en la comida de Navidad pues afortunadamente todo el año se comía bien. Tradúzcase al caso que nos ocupa, claro: carnavales existen a diario.

Pero puesto que las modas mandan, ahora toca inventar nuevamente la carrera de disfraces, los bailes de máscaras y toda la serie de componentes de una fiesta en la que, al igual que en otras cosas de la vida, muchos son practicantes expertos, dentro de la hipocresía de los ritos sociales. Así es, si así os parece. Y no hay más que hablar.

Caer o no caer en la tentación de hacer lo que las opiniones, aclamadas con mayoría, reclaman va en el gusto de cada cual, y no seré yo quien lo critique, si se hace sin molestar a terceros. Los cánticos de sirena modernos están ahí para quien quiera ser subyugados por ellos y a nadie se le puede obligar a ser Ulises, el héroe de la Odisea que fue capaz de atarse con cuerdas al mástil del barco en que navegaba para no sucumbir al canto hipnótico de unos seres, en los que nadie cree pero que existen. Como ante las golosinas del test psicológico practicado a los niños, cuando pretende saberse la fuerza y disciplina mental que poseen.

La templanza es virtud principal en tiempos volátiles en convicciones y lealtades. Como con el folklore depende también de los sitios y las características vitales de quienes viven en ellos. Los recios suelen poseerla, es su manera de combatir los embistes de la vida. La transcendencia con la que se pasa por esta última tiene mucho que ver con la educación (familiar y de la otra) recibida. Lo mismo que la contención en el gesto y en las manifestaciones de alegría o pena.

Volviendo, de nuevo, al símil del folklore he de decir que siempre han llamado mi atención esos cánticos nupciales en los que se hace reflexionar a los novios sobre las obligaciones de su próxima vida en común frente a la ligereza de quienes solo hacen hincapié en la fiesta del día de la boda. Formas distintas de enfrentar los compromisos. En el folklore, claro.

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