Y vino a suceder lo que estaba escrito desde el inicio de los desencuentros entre el Gobierno y la Generalitat. El Estado se ha servido de sus mecanismos de derecho para impedir que el referéndum se celebre el próximo 1 de octubre. Se lo advirtieron legalmente y lo han paralizado policialmente. Ha desembocado en un enfrentamiento pretendido. Unos y otros se han servido de su rol asignado. Los independentistas sólo pueden seguir la deriva radical espoleados por la CUP, y el Gobierno de Rajoy permanecer firme en la aplicación de la legalidad vigente. La situación actual es el resultado de una suma de factores que comienzan con el recorte del Estatut catalán por el Tribunal Constitucional en 2010 y el creciente sentimiento antiespañol fomentado desde el ámbito institucional para ocultar, entre otros desmanes, su nefasta gestión económica. Unos y otros han jugado a lo que han sabido y lo que han podido. Faltan argumentos e inteligencia política. Es incomprensible que nadie haya previsto la deriva de los acontecimientos. La intelectualidad catalana, su tejido cultural e industrial, mayoritariamente, apoyan la permanencia en territorio español como una región más. Con más autogobierno y capacidad, pero integradas en esto que llamamos España, y que tanto trabajo nos ha costado levantar y mantener. No nos engañemos, la independencia es un asunto esencialmente económico. Han echado cuentas y creen que vivirán mejor solos que mal acompañados. Es un divorcio en toda regla. El rico que quiere abandonar al pobre. El vocalista que se separa del grupo. Un socio que se escinde del resto. ¿Y entonces? Si gestionamos esta situación con mano firme, ganaremos el referéndum del 1-O pero perderemos Cataluña. Avivaremos el fuego antiespañol y crearemos mártires. Puigdemont necesitaba las detenciones, la represión, la incautación de documentos para que su grito “libertad” tuviera recorrido. El Gobierno está dotando de narrativa a su causa, y eso es algo explosivo para su reclamación. La fuerza no desmantela un sentimiento. Solo el corazón desactivarán este fratricidio ideológico.

Cameron se enfrentó a un problema similar, pero con el agravante de que Escocia sí es una nación con una larga historia de enfrentamientos con Inglaterra. No trató de prohibir el referéndum de independencia, sino que generó el cauce legal oportuno para que pudieran votar mientras hacían campaña a favor de la permanencia en Reino Unido. El resultado acabó con el debate para (casi) siempre. Otro asunto bien distinto es el Brexit, por mucho que haya sectores interesados en trazar semejanzas con Cataluña.

El gran problema que tiene Rajoy, y por ende España, no se solucionará con prohibiciones, sino rearmando los argumentos desde la propia Cataluña. De aquellas aguas, estos lodos. Seguro que ahora encajan muchas piezas como las inversiones concedidas durante años, el famoso 3% de los Pujol, o el excesivo peso de los políticos catalanes en el Parlamento español.

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