Dudas de papel /
Goyo Tovar

No sé qué nueva fragancia debo comprarme; ocurre como si los vendedores de esencias fuesen de mi clan de dubitativos, en sus anuncios publicitarios les es usual asociar los olores de todas colonias al efecto de algunas hormonas amorosas, como si Jean Paul Goltier fuese de Arroyo de la Luz o de un pueblo de la perfumada Sierra de Gata, como si los cojos o la gente pícnica no tuviese en su correcto funcionar las pituitarias. Eso de los olores es también muy subjetivo, incluso para aquel estudiante que definió el amoniaco como líquido inodoro, incoloro e insípido, a lo que el profesor invitó a oler del frasco y el estudiante -entre lágrimas insoportadas- dijo:“pues a mí me gusta”.

Otro olor, insoportable, es el de la pólvora quemada que siempre me recuerda a la mili, a la guerra y a la estúpida broma. Pues resulta que en la celebración de cualquier idioticia, a chicos y a grandes, les hipnotiza y embruja prender la mecha de un petardo y no colocárselo en su propia entrepierna; sino que como si fuese muestra de solidaridad festiva, lo arrojan en las cercanías de la gente tranquila e ignorante de tan “gozoso” placer.

Después de la petarda estupidez, aparecen risas bobas entre los saboteadores de la paz, que nunca se presenta como ejército unitario, sino que requiere de la compañía y necesidad de cómplices para que la risa parezca cosa compartida. Un petardero es un ser tan ñoño que exige a su lado otra panda de imbéciles.

Sabemos que a los perros domésticos estas explosiones los perturban de tal grado que han llegado a escaparse y perderse en la huída despavorida. La policía y demás fuerzas seguras no acaban de frenar estas demostraciones de gente de mente estrechita, ni tampoco de controlar eficientemente su venta por lo que seguimos sufriendo el terrorismo festivo de bodas, celebraciones y demás fiestas de molestar. Mira que si el cariño y el respeto a los perros nos sirviera y salvase de los petarderos…

El periodo navideño es largo como enero, que es prolongado y lánguido por fruto de las malas artes. Dudo ahora si se diseñó el primer mes de tal guisa para así tener tiempo suficiente y emplearlo en reflexionar sobre las calamidades que fabricamos, que no nos deja tiempo para contrastar -por ejemplo- los olores de la Casa de los Aromas de Romangordo.

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