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Alain Delon, Virna Lisi y Alberto Closas trabajaron en Cáceres en una época en la que la ciudad enloqueció con el séptimo arte, como se refleja en el libro ‘El octavo pecado (de la) capital’

Mucho antes de que el Festival Solidario de Cine Español convocara a actores y actrices, anualmente, en la tradicional gala de los San Pancracio, Cáceres ya había presenciado cómo estrellas de la talla de Alain Delon y Alberto Closas se paseaban por el casco histórico de la ciudad.

Una época en la que los cacereños enloquecieron con el séptimo arte, cuando España era una estampa de posguerra. Tanto fue así que el periodista cacereño Dionisio Acedo publicó a finales de los años 40 un artículo en el Periódico Extremadura, que pilotaba en aquellos momentos, asegurando que la pasión de los cacereños por el cine era tan grande que casi constituía el octavo pecado capital en la ciudad.

Un juego de palabras que décadas después ha alumbrado el libro ‘El octavo pecado (de la) capital’ de Angélica García-Manso.

Una obra donde aparecen reflejadas aquellas personalidades que hicieron de Cáceres una ciudad tan cinematográfica, en una época bañada por la negrura de la posguerra y la gama de grises de la autarquía franquista.

Mucho antes del nacimiento de la Film Commission, encargada de promocionar las virtudes de Cáceres de cara a los rodajes, la ciudad ya se había convertido en un gran plató cinematográfico, había asistido al nacimiento de los cineclubes y de los certámenes de cine amateur, que ya surgieron en aquella época.

Unos certámenes de cine amateur, que se desarrollaron durante varios años en la capital cacereña; años en los que Cáceres convivió con la locura del séptimo arte. “Algunos de los promotores de esta acción cultural estaban relacionados con el medio, como el caso de los fotógrafos. Pero también había arquitectos, médicos… “Todos ellos guiados simplemente por la fascinación que sentían por el cine” explica García-Manso, Doctora en Historia del Arte, con una tesis doctoral sobre Historia del Cine.

Así, Cáceres combinaba superproducciones como ‘Tulipán negro’, protagonizada por Alain Delon y Virna Lisi, con rodajes amateur de los integrantes de esos clubes del celuloide, a los que se les había inoculado la adicción al cine. “Es muy llamativo que en una ciudad de provincias” —puntualiza García-Manso— se paseara una estrella que acababa de estrenar ‘A pleno sol’ (basada en la popular novela de Patricia Highsmith), donde Delon interpretaba al amoral y carismático Tom Ripley.

Además de los rodajes, que alteraron la vida de los cacereños, en aquellos años (finales de los 40 y años 50) se convocaron unas jornadas cinematográficas nacionales, se contó con un obispo cinéfilo y un cinematógrafo diseñado por Luis Martínez-Feduchi

También surgieron cineastas cacereños, que en esos años realizan más de una veintena de producciones autofinanciadas; sin ayuda del actual y socorrido ‘crowdfunding’. Entre ellos se encuentra Manuel Pérez-Sala, que en 1955 propuso una filmoteca para Extremadura. Una institución que no vio la luz hasta el año 2003 y que hoy juega un papel fundamental en la dinamización cultural de la región.

‘Pedro el cruel’ y ‘La fierecilla domada’ con Carmen Sevilla y Alberto Closas también se rodaron en la capital cacereña. “Cáceres no se menciona, ni tiene importancia en las tramas, pero la presencia de la ciudad monumental es tan imponente que les servía a la perfección de escenario para este tipo de películas de época. No tenían que echar mano del cartón piedra, la ciudad ya le ofrecía todo a tamaño real” comenta García-Manso, que desgrana los intensos años de cine que se vivieron una capital de provincias.

“Cáceres sigue siendo un plató de cine perfecto. Hay grandes ideas pero pasan las décadas y seguimos sin tener los medios” se lamenta la autora, que asegura que ha escrito este libro al hilo de un singular museo o exposición temporal “que estamos empezando a formar con los programas de mano, carteles y banderines antiguos que estamos recopilando”, así como planos y alzados de edificios y fotografías de rodajes inéditas.

Eduardo Villanueva /

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