_MG_1065

Mi ojito derecho /
CLORINDA POWER

Ana hizo la carrera de cerámica. Estudió y practicó muchos años antes de abrir un pequeño taller en el centro de Madrid. Ocho alumnos por turno modelan las piezas que luego ella cuece en un horno. Un horno que ha conseguido amortizar en tan solo 10 meses, gracias a la insistencia de sus alumnos en seguir aprendiendo todo lo que ella tiene que enseñarles.

Ana es mi nueva profesora de cerámica. Y dos horas de clase han confirmado mis peores temores: no estoy hecha para las manualidades. Supongo que 30 años de inexperiencia tienen parte de culpa, pero, maldita sea, yo quiero hacer cerámica, ¿quién puede impedírmelo?

Tengo tiempo y dinero, y estoy bien relacionada: una amiga mía es amiga suya. Además, creo que a Ana le caigo bien. Nos reímos bastante tirando a mucho y compartimos alguna que otra afición: las dos odiamos llevar calcetines.

Unidas por la ilusión que despierta encontrar a alguien que comparte tu mismo resquemor por las suelas de algodón, a Ana se le ha ocurrido una idea para que podamos pasar más tiempo juntas, tiempo con el que, seguro, creamos nuevos lazos.

Y por fin, Ana tuvo una idea. “¿Por qué no trabajas para mí como profesora adjunta? Podríamos subir un 15% el precio a los alumnos y así, además de seguir siendo amigas, tú tendrías un sueldo.

Me lo preguntaba a mí, que todo lo que he conseguido modelar en barro ha sido un cenicero o se me ha roto. Así que le dije que sí, maldita sea, tengo tiempo y dinero, y estoy bien relacionada. ¿Los alumnos? Esos pobres alumnos deberían contentarse conmigo, porque si Ana no me hubiera conocido a mí, otro hubiera ocupado mi puesto de profesor adjunto, y a saber qué otro… Y yo…. Pues yo no soy tan mala, tan mala persona, digo, porque de cerámica, ni idea. Pero, ¿quién puede impedírmelo?

Artículo anteriorHolbach y el egoísmo
Artículo siguienteUna banda de chicas conquista Suecia

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí