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«Encontré en la escritura ese consuelo del que todos los letraheridos hablan»

 

Somos mirada y memoria, asegura este placentino, nacido en 1959, que creció rodeado de valles tan emblemáticos como el del Jerte. Escenarios puros, donde la soledad y el silencio labraron su escritura. Álvaro Valverde coordina el Plan de Fomento de la Lectura de Extremadura. Como poeta, es autor, entre otros, de los libros, «Las aguas detenidas» (1998), «Una oculta razón» (Premio Loewe, 1991), «Ensayando círculos» (1995) y «Mecánica terrestre» (2002). Sus poemas están traducidos a varios idiomas y su nombre figura en algunas de las más prestigiosas antologías de la nueva poesía española. Su última obra «Más allá, Tánger» se basa en el regreso de una mujer a su ciudad natal de la que tuvo que emigrar en los años 60.

 

Se acuerda usted a qué edad empezó a escribir. Y sobre todo, ¿por qué?

Sí, perfectamente. Más allá del gusto por las tareas escolares escritas (las famosas redacciones), empecé en la adolescencia tardía, al finalizar mis estudios de bachillerato en Plasencia e iniciar los de Magisterio en Cáceres. Ese trance fue difícil. Se puede decir que aquí empezó todo. Antes, claro, me había convertido en un asiduo lector. El por qué empecé a escribir sigue siendo un misterio. Entonces y ahora. Lo que sí sé es que necesitaba y necesito escribir poesía para pensar. O para pensar mejor. No en vano es un método de conocimiento. También encontré en la escritura ese consuelo del que todos los letraheridos hablan.

Ser poeta, dijo César Simón, es «una cuestión de carácter», y, antes que él, Cernuda, recordando a los clásicos, «carácter es destino».

¿Cómo llega el primer verso de un poema? ¿Hay un periodo de inspiración y reflexión?

Otro misterio. Dicen que ese primer verso te lo conceden los dioses. O las musas. No sé. Llega (como si fuera una música) y, si lo atrapas, lo mismo escribes un poema. Es una tarea a ciegas. Nunca sabes –al menos yo- dónde va a llevarte ese primer verso. Por otra parte, defiendo la racionalidad en poesía. Me gustan poco las piruetas verbales y los fuegos de artificio. De saltimbanqui lírico tengo poco.

¿Qué le inspira Extremadura? ¿Y Plasencia?

Sin ser en absoluto regionalista (no damos, por suerte, para nacionalistas), me alegro de haber nacido y vivido aquí. Es un hecho azaroso, bien lo sé. Siempre he defendido que el paisaje y una determinada forma de ser (en nuestro caso, indisolublemente unida al atraso y la pobreza) influyen en tu manera de escribir. Por eso uno defiende, ante todo, la claridad, donde está la mayor profundidad. Ser sobrio, modesto, de buen conformar. Digno. Por lo demás, no nos falta ni soledad, ni silencio, indispensables para escribir poesía. Ni los lugares que te inspiren. Uno es muy espacial. Me encanta el campo, la naturaleza, de la que andamos sobrados.

Plasencia es parte de lo mismo y más. Extremadura en estado puro: arte, cultura, libros… Un microcosmos. Y mi infancia y casi todos mis recuerdos. Y mi familia. Y mis amigos. Y un río, el Jerte, y los valles cercanos que tanto han influido en mi poesía. Somos, ya se dijo, mirada y memoria.

Los planes editoriales de los grupos multinacionales no parecen apostar decididamente por la poesía, que sigue siendo la hermana menor de la industria literaria. ¿Cómo ha sido su periplo en este sentido en la relación editor-autor?

He tenido mucha suerte. Hace ahora 30 años que publiqué mi primer libro, «Territorio», un título que podría agrupar toda mi obra. Desde entonces, a una velocidad razonable, que ha disminuido con los años, he venido publicando en editoriales de prestigio y mi trato con los editores siempre ha sido excelente. Cuando necesité de los premios (Hiperión, Visor) y en el momento, de eso hace veinte años, que empecé a publicar en Tusquets (ahora en el Grupo Planeta). Eso no significa que no haya colaborado con otras editoriales (la Editora Regional de mi admirado Fernando T. Pérez González o De la Luna Libros). Con las novelas, igual. Algaida (Miguel Ángel Matellanes) apostó por «Las murallas del mundo» y Seix Barral (Pere Gimferrer y Adolfo García Ortega) por «Alguien que no existe».

Uno, que ha ejercido, como quien dice, un rato como editor, sabe lo respetable y complejo que es ese trabajo, de ahí que uno admire a los que uno ha tenido: Beatriz de Moura, Juan Cerezo, Jesús Munárriz, Chus Visor, Javier Sánchez Menéndez y Marino González. También a Manuel Borrás, Andrés Trapiello, Abelardo Linares o Julián Rodríguez, por ejemplo, que nunca han editado nada mío. Un respeto extensible, en fin, a amigos como el liliputiense Chema Cumbreño, y a tantos pequeños, apasionados editores como él.

¿Diría usted que estamos ante una industria desequilibrada?

La poesía no es, por fortuna, parte de ninguna industria. De ahí que su pervivencia dependa solamente de la calidad de los libros, de los versos, y no de otra cosa. No tiene púbico, sino lectores. Esto, con ser malo para los pobres poetas (que siempre se mueven por amor al arte), es bueno para la supervivencia de la poesía, el género literario, por decirlo de alguna manera, más antiguo. Y el más humilde, a pesar de su crédito.

¿En qué trabaja Álvaro Valverde ahora?

Mi tarea más continua es el blog (que cumple 10 años). Uno se la plantea como lo que es (o debe ser): una labor literaria. Me la tomo muy en serio, sí, con la máxima exigencia. Sobre todo en lo referente a las lecturas de libros y sus correspondientes reseñas. Además, muy de vez en cuando, sale adelante algún poema. De hecho, tengo un libro en marcha desde hace bastantes años donde esos versos van a parar. Se le van adelantando otros libros (uno nunca sabe cuando llega la poesía), pero… A estas alturas lo peor que puedes hacer es repetirte. Y cansar a tus pocos lectores.

Eduardo Villanueva /

@e__VILLANUEVA

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