Historias de Plutón /
JOSE A. SECAS

Se levanta temprano; unos segundos antes de que suene el despertador. Respira profundamente y siente cómo el aire llena sus pulmones. Pone los dos pies, descalzos, en el suelo para conectarse con la tierra y recibir su energía. Sube la persiana despacio para saludar al sol y sonríen por primera vez. A estas alturas del proceso diario, seguramente ya ha saludado a alguien que viva bajo su mismo techo (su madre, su hermana, su pareja, su hija…). Ha mirado a los ojos a esa persona, le ha sonreído y le ha dado un beso cariñoso y un abrazo puro e intenso: aproximando intencionadamente los chakras y dejando fluir las energías positivas. Le ha deseado, de corazón, los buenos días a esa persona y ha comenzado, siempre con buen pie, la jornada diaria de abrazos. Este es su trabajo.

Una ducha estimulante de contraste calor-frío, un desayuno energético y abundante, unos zapatos cómodos y, como siempre, la mejor y más sincera de las sonrisas y la más limpia y cálida mirada. Ya está preparado para salir a la calle y darlo todo: sus abrazos y sus sonrisas. También escuchará atentamente y, solo cuando se lo piden, dará su opinión y ofrecerá consejo. Una, dos, tres y hasta doscientas ochenta y cinco veces al día, levanta su brazo izquierdo y abre en cruz el derecho para inducir el encuentro corporal perfecto, cobijar cuerpos y entrelazar esternones. Sus abrazos son calmantes, revitalizantes, blanditos, amorosos, estimulantes, energéticos… duran no menos de veinte segundos (lejos de los tres segundos de media); los necesarios para que todos sus efectos beneficiosos calen hondo en el receptor, para que su cerebro produzca toda esa “oxitocina” que tanto bien produce a nuestro cuerpo  y a nuestra alma: relajación, aumento de la confianza, el dominio y la propia seguridad y la automática disipación de los temores y la ansiedad. Casi nada.

Este trabajo de “abrazador” no está remunerado en dinero pero está pagado de sobra porque cumple fielmente una máxima que se repite en todos los aspectos de la vida: “para recibir hay que dar”. Todo el amor que transmite con sus abrazos tiene un camino de vuelta multiplicado. Toda la energía positiva que ofrece con su mirada, su sonrisa y su gesto acogedor y sincero, le revierte de un modo u otro. Su dinámica positiva se retroalimenta de amor para seguir dándolo sin solución de continuidad. Así, de este modo, los “abrazadores” van por la vida. Son los tipos más satisfechos y felices y, sin lugar a dudas, creo que es lo mejor que se puede ser y  que puede sentir una persona a día de hoy. Yo también quiero.

Cada vez que tenemos a alguien entre nuestros brazos, acunamos a un niño, acariciamos un animal, bailamos agarraos o, simplemente, sostenemos los hombros de un amigo o mantenemos contacto físico intencionado y afectuoso, conseguimos -así, tan fácilmente- ser felices y hacer felices a los demás. Por eso, en estas “fechas señaladas” que se aproximan, donde recordamos y honramos a los ausentes y celebramos la vida con quienes nos acompañan, recomiendo que hagamos una práctica abusiva y descontrolada de abrazos, cariñitos, arrumacos, bailes y toqueteos (si, valen también si son consentidos y se hacen con amor) a todos los que nos rodeen. A todos. Eso nunca se rechaza y siempre deja un grato sabor. Ah, no dejéis de acompañar el abrazo de una sonrisa franca y una mirada limpia. Eso suma.

 

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