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Desde mi ventana /
Carmen Heras

Circula por las redes una petición dirigida al Ministerio de Educación de España, solicitando que se racionalicen los deberes escolares obligatorios en nuestro sistema educativo. La iniciativa intenta recoger firmas en contra de la obligatoriedad de los mismos en casa, basándose en una serie de motivos que los responsables organizan en varios puntos a tener en cuenta:

Si la carga de los deberes depende del profesor, ocurre que un mismo centro actúa de forma distinta con sus alumnos, al existir niños con obligación de realizar deberes y niños que no. Y podría no cumplirse el principio de la educación igualitaria. Si la realización de dichas tareas produce ansiedad excesiva en los escolares, puede suceder que la frustración de los niños sea proporcional al exceso de deberes encomendados y producir un efecto contrario al que se pretende.

Habría que tener claro si la realización sistemática de dichos deberes fomenta algunas (o todas) de las competencias recogidas en el RD 126/2014 de 28 de febrero por el que se establece el currículo básico de educación primaria, como por ejemplo las de aprender a aprender. O aquellas habilidades sociales y cívicas que hacen poco a poco del niño un individuo que sabe convivir y tiene iniciativa propia y emprendedora. Está suficientemente comprobado que los automatismos y rutinas de muchas de las tareas escolares no dan ese resultado, aunque tengan su propio valor en la construcción de conocimientos específicos.

Finalizar los libros de texto como objetivo prioritario es otra de las cuestiones a debatir. Lo que ello implica en rapidez y profundidad, en horarios. De ser ciertos los datos señalados en Informes creíbles, realizados por organizaciones internacionales y de prestigio, nuestros escolares reciben mayor número de horas de enseñanza en la escuela, siendo el número de alumnos por profesor menor que en otros muchos centros escolares de Europa, además de tener un gran contacto desde pequeños con las nuevas tecnologías. Y sin embargo aún así dedican en casa un promedio de tres horas más a los deberes que otros niños europeos cuyos resultados educativos elogian las estadísticas por encima de los resultados de los nuestros.

No hay duda de que las decisiones que se adopten (si es que alguna vez se adapta alguna a este respecto) no debieran ser individuales, sino un producto de análisis previos muy firmes y desde luego consensuados entre los docentes de los centros. Las leyes educativas tienen muchos preceptos, enjuiciados por unos o por otros según diferentes parámetros que en ocasiones tienen más que ver con planteamientos de posición de los partidos políticos y su ubicación en izquierda o derecha, que con criterios técnicos de efectividad. Pero mi humilde experiencia ha venido a demostrarme que las leyes en educación no fracasan o decaen por las normas generales sino por la aplicación de las mismas en entornos concretos. Y en el acontecer diario. Además de por los recursos que las sustentan y sus motivaciones.

En cualquier proceso educativo tiene mucho que decir la preparación de los intervinientes en el mismo: profesores, centros, personal de apoyo, recursos…y hasta de los progenitores. De ahí que las Escuelas de Padres debieran funcionar a pleno rendimiento, porque nadie sabemos de todo, aunque amemos con fuerza a nuestros hijos. Y son peligrosas las pontificaciones.

Racionalizar los deberes, quitarlos, dejando todo el trabajo para las horas lectivas obligatorias de los niños es un asunto digno de debate desde la más pura y posible equidad y eficiencia. Y además está al alcance de cualquier sector educativo afectado, que puede poner sobre la mesa su propia documentación y análisis. Mientras tanto, la demanda sigue en las redes su camino hacia el gran Ministerio. Continuará.

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